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¡Tengo que cambiar el mundo!


¡Tengo que cambiar el mundo!

Marcos Valenzuela

Soy uno de los muchos voluntarios que estuvimos, durante unos fríos días de diciembre, participando en las labores de limpieza del vertido de fuel originado por el hundimiento del petrolero Prestige, frente a las costas gallegas. Mi intención es la de poderles transmitir una idea que invadió con gran alegría los sueños de una noche en Galicia.

A estas alturas de los acontecimientos, cuando todos hemos visto miles y miles de imágenes: del hundimiento, de voluntarios limpiando playas o sacando ?chapapote? de entre las piedras, de pescadores, marineros, marisqueros, gente de los pueblos de la costa dejándose algo más que la piel para recoger cuanta mínima mancha oscura y pegajosa encontraran a su paso. Ahora que todos sabemos de la ?descoordinación?, de las descalificaciones entre políticos, de los oportunistas y de tantas opiniones que llenan páginas de periódicos, y minutos de informativos, que increíblemente han conseguido apartar la atención de la audiencia de los ídolos del balón, de la pasarela de la incultura, de los espectáculos emocionales-lacrimógenos-musicales, o de esos otros que muestran la intimidad de personas que la ofrecen al mejor postor. Ahora que todos opinamos, los que estuvimos limpiando, los que no, los que piensan hacerlo, los que se solidarizan, los que envían donativos, en fin: todos?
Ahora, aún con el olor de gasoil, que no se quita de la ropa ni de la memoria, quiero hacerles participes de una reflexión.

Y es que la tragedia, el asesinato a la naturaleza, la barbarie de nuestro mundo civilizado, la pena de muerte sin juicio a nuestra propia ?madre?, es una muestra del estado actual de nuestra sociedad. Pronto este tema se tratará en alguna tesis doctoral y se volverá a opinar y se volverá a debatir, y posiblemente se encuentren soluciones positivas que se archivarán hasta la próxima vez.

Pero como joven con esperanza en el futuro, creo que a la inmensa mayoría de analistas se les está escapando un ?ligero detalle?: que miles y miles de jóvenes están experimentando algo que se les tenía ?prohibido?: el idealismo, más allá de corrientes ideológicas caducas, interesadas, o en el mejor de los casos inexistentes.

Yo los he visto llorar, sintiéndose impotentes viendo morir a la Tierra. Pero aún sabiéndose insignificantes, han seguido mezclando su ira, su desconsuelo, con el negro fuel. Los jóvenes están comprobando por ellos mismos que las respuestas las encontrarán ya no ?en el viento?, sino más concretamente en el trabajo y en el esfuerzo desinteresado para cambiar las cosas. Se están dando cuenta de que las soluciones son difíciles pero que dependerán de la generosidad y el amor que cada ser humano sea capaz de ofrecer. La catástrofe, o más bien, el contacto con la realidad, les ha despertado un sentimiento que nunca hasta ahora habían vivido con tanta intensidad: la entrega anónima, sin la búsqueda de recompensa y en beneficio a desconocidos, sin importarles su condición social, su ideología, su religión, su región, su color de piel. Les ha despertado el idealismo, y esto les ha calado en su interior, más que cualquier vertido.

Cuando vuelvan a sus casas, a sus ciudades, de nuevo lo cotidiano, la competencia, el preocuparse por ?el mañana?, habrán de comprobar que también tendrán que luchar contra monstruos de rutina, chapapotes de prejuicios y vanidades, manchas de egoísmos y mareas negras de
incomprensión.

Pero algo ha cambiado. Gea nos ha despertado. En Galicia, incluso en el más
penoso desastre, lo más hermoso era ver a jóvenes luchando por cambiar el pequeño mundo en el que se encontraban, y después, por la noche, compartir el esfuerzo, volver a darse ánimos unos a otros, y cerrar los párpados de cansancio con una sonrisa en los labios diciéndose a sí mismos: ¡tengo que cambiar el mundo!


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