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Recuerdos y reminiscencias


Jorge Angel Livraga


Cada uno de nosotros somos como un pequeño misterio, como un bajel navegando en las inmensas aguas, esas aguas que son, como diría Sócrates, una gran ignorancia: aquel célebre ?Sólo sé que nada sé?

Por eso el verdadero filósofo debe intentar llegar a todos los temas, a todas las inquietudes humanas, para poder, de alguna forma, introducirse en todos los misterios, en todos los rincones de esta naturaleza que nos rodea y que también está dentro nuestro, en la cual estamos inmersos.

Lamentablemente, con el correr de los siglos, muchos hombres y muchos pueblos se han aferrado de manera fanática o dogmática a determinadas afirmaciones y no han querido escuchar y abrirse a otras realidades que las propias que perseguían en ese momento.

El problema es que, como si fuesen de cristal, esas realidades tornan a un estado demasiado frágil, y se rompen, al entrar en contacto unas con otras.

Es así, que debemos intentar llegar a unas verdades dinámicas, que nos sirvan a todos, y no tan sólo en lo metafísico, sino también en lo cotidiano, en cada momento de nuestra vida.

Todos nosotros sabemos quiénes somos; y lo sabemos, fundamentalmente, porque recordamos. Nuestra capacidad de unir las experiencias es lo que nos da la afirmación de nuestro yo, diferente en cada uno de nosotros.

Si en un momento sufriésemos una amnesia no sabríamos nada de nuestra vida. Es evidente que necesitamos recordar para unir esas experiencias y crear un yo. Algo desde donde partir y poder entender todas las cosas.

Ese yo para recordar se sirve de la memoria, y es la memoria en lo colectivo, lo que conforma las raíces de la Historia.

La Humanidad es realmente Humanidad porque conserva esas raíces que le permiten de alguna forma establecer un devenir histórico, una comparación de experiencias, y poder crear un progreso y establecer una evolución dentro de sus posibilidades.

Generalmente, cuando hablamos de evolución, lo hacemos en términos un poco absolutos y pensamos que todo evoluciona. Mas si todo evoluciona, todo sería cambiante, y si todo fuese cambiante, todo sería imperfecto.

Tiene que haber algo en nosotros que busca la perfección, pero tiene que haber también algo, en lo interno, que ya tiene esa perfección y no evoluciona: una perfección que, como diría Platón, es un arquetipo que nos está aguardando.

Este mundo en el que vivimos, decían los antiguos egipcios, y luego se va a repetir más adelante a través de las compilaciones de las escuelas de Pérgamo y Alejandría de los neoplatónicos, es un mundo mental. No porque todo sea Mente, sino porque en este momento de la evolución, nuestro vehículo de conciencia, nuestro vehículo de aprehensión de realidad, es mental.

Si tenemos un cuenco y lo sumergimos en el mar, obtenemos una cantidad de agua. Y si lo sumergimos en un cubo, también obtenemos la misma cantidad de agua. El problema no es tanto dónde sumergimos el cuenco, sino la capacidad de nuestro cuenco.

La filosofía, cuando es real y viva, busca dar mayor capacidad a ese cuenco, a ese recipiente, para poder recoger cada vez más agua de vida, para poder tener cada vez un conocimiento mayor. De Ahí que, en nuestro momento evolutivo, en este instante de la evolución de la naturaleza y de las cosas, desde nuestra propia perspectiva, haga falta tener esa capacidad práctica y elástica para poder captar cada vez un segmento más amplio de la Realidad.

Para ello hace falta, obviamente, una humildad intrínseca. El hombre que establece una relación con la realidad, que se permite dudar sanamente, no como duda filosófica sempiterna, sino de forma vital y humana, es el que puede realmente engrandecer su capacidad de captación de la realidad.

Todo el mundo se hace preguntas sobre la realidad; y es que, básicamente, todo hombre y toda mujer son filósofos. A pesar de títulos y universidades, no creemos que haya nadie que pueda inventar filósofos. El hombre y la mujer nacen filósofos.

El niño que de pequeño pregunta a sus padres lo que son las estrellas, o sobre cómo nacen, viven y mueren, tiene una actitud filosófica, de tendencia hacia el conocimiento. Y ese niño lo hace, evidentemente, a través de un vehículo mental.

Los hombres, antiguos y modernos, están estrechamente relacionados con esta actitud mental. El hombre todo lo mentaliza, y como vamos a ver, vive lo que él cree y piensa estar viviendo.

Si bebiéramos una taza de agua limpia, buena y clara, y alguien nos dijese que esa agua estaba emponzoñada, envenenada, lo más seguro es que empezásemos de inmediato a sentirnos mal. La mente es terriblemente poderosa. La mente da realidad, color, peso y sabor, a todas las cosas.

Un viejo Maestro de Filosofía decía que la repetición de estas apreciaciones mentales es lo que a veces nos tortura. Supongamos que un hombre nos dice que somos tontos. Como no nos gusta, nos enojamos interiormente. Si comenzamos a darle vueltas al tema, cada vez nos sentimos peor, agravándose la situación paulatinamente. Nos dijeron eso una vez y nosotros nos lo dijimos cien. Esa repetición, moldeada por nuestra propia concepción de las cosas, hace que cada vez lo aceptemos de manera más concisa, fuerte y contundente.

Todo lo que nosotros vemos tiene forma. Esta forma no es estrictamente material o física, lo que es físico y material es la propia materia, el sustento de la forma mental que ha sido atrapada en unas dimensiones y un tamaño. Porque el objeto alguna vez fue pensado por alguien, trazado, imaginado.

Las formas de las cosas, son pues, formas mentales atrapadas en la materia, y eso las hace tener una consistencia especial.

De ahí que todo en nuestro universo, ya sea físico o emocional, está dentro de los esquemas mentales.

Como decía El Kybalión, ese pequeño texto neoplatónico encontrado en la pirámide de los textos: ?El Universo es mente, todo es mental?. Todo lo que vemos es fruto de la mente. Todo aquello que ha dado un límite a la materia, a la emoción o al pensamiento, es producto de la mente. El manejo de estas formas o vehículos de la mente es lo que nos permite la comunicación y la vivencia de la realidad.

Dentro de nuestro esquema mental, existe una división septenaria. Los esoteristas piensan que la única manera posible de captación del hombre y aun de la Naturaleza, en este momento de la evolución, es la captación mental. Nosotros lo vemos todo a través de nuestros ojos mentales, dado el momento que vivimos de nuestra evolución. Y esta división de la constitución interna del hombre, de su capacidad de percibir la Naturaleza, es septenaria.

Supongamos que hacemos un ejercicio de retroceso en el tiempo, Yo no soy mi cuerpo, mi cuerpo aparece, cambia, desaparece y vuelve a aparecer, pero yo estoy más allá de mi cuerpo. Estoy más allá de mi parte vital. Tengo obviamente emociones, pero más allá de mis alegrías o de mis tristezas estoy yo, que soy el que ..............

Una Humanidad que pierde contacto con ese Dios, que pierde contacto con su espiritualidad, deja de ser una verdadera Humanidad, convirtiéndose prácticamente en un grupo de humanoides que simplemente responden a sus pasiones y pertenecen a sus odios.

Pero más allá del odio y de la pasión, está la creencia y el sentir de que tenemos un Padre, una Madre, un algo en el Cielo, en aquel lugar que está más allá de las nubes, de las galaxias y de cualquier otra cosa; más bien se encuentra en otro plano, recibiéndonos y cobijándonos, del cual todos somos hijos y en el que todos somos hermanos.

Por debajo de este estadio evolutivo estarían las formas de la Mente pura o Manas. En este caso, las formas mentales son firmes, directas, no pertenecen más que a sí mismas, y su color es generalmente azul. Son las formas mentales de las ideas puras, ideas, por ejemplo, sobre el Alma, sobre cómo tendría que ser el mundo, sobre como deberíamos relacionarnos con nuestro Yo interior, sobre cómo nacemos, sobre la muerte. Son formas siempre en relación con lo mental y lo fenoménico. Son vehículos puros azules, firmes y no tan duraderos como los otros, puesto que no están bañados por la parte sutil y espiritual. Dos más dos igual a cuatro no necesita una voluntad de perseverancia, ni tampoco una relación con el mundo celeste o divino. Dos más dos son cuatro; no hay otra solución.

Sin embargo, necesitamos también un vehículo mental inferior que nos ayude a entender las cosas concretas. Este es un vehículo más sombrío y menos luminoso, aunque nos permite establecer un puente y una relación entre lo de arriba y lo de abajo. Estas formas mentales son de color verde, y corresponden a la armonía por oposición.

Verde es el color fundamental de la Naturaleza, no ya de las plantas y los árboles, sino el color interior del Universo en el que estamos. Y ahí también, a pesar de la armonía por oposición, es donde están, sin embargo, las obsesiones.

La repetición sistemática va creando formas mentales complejas e inútiles. Cuando se desborda nuestro control se convierten en lo que podríamos llamar, en la Psicología actual, las formas mentales circulares.

Es por esa pasión circular escondida en el interior de esta otra mente, que los hindúes la llamaron Kama-Manas, o sea, la mente pasional, teñida del deseo de las cosas.

Hay un deseo de recrear las cosas, de pensarlas de nuevo. Y a veces queremos parar pero no podemos.

Cuando termina nuestro ciclo mental, recomienza de nuevo. Estamos en el lugar de las ideas-formas. Es la mansión de las obsesiones.

Estas obsesiones no siempre son negativas. Hay en ellas una parte positiva, según el sentido y la direccionalidad que le hayamos dado a nuestra problemática.


Si seguimos descendiendo encontraremos el vehículo astral, el habitáculo de los deseos, la parte psíquica, que realmente aparece bajo formas rojas vivas, o sea, vehículos de pensamiento que son deseos puros, no muy racionales aunque sean aún formas de pensamiento.

Aquí deseamos alguna cosa, y la deseamos simplemente, sin razón. A veces nos inventamos razones para quedar bien, sin tener realmente una argumentación lógica, y cuando nos explicamos, lo hacemos para los demás.

Por debajo aún estarían las formas pránicas, que son las formas de la parte vital. Su color es el anaranjado. Es aquello que tiene vida y duración, pero no en base a una voluntad determinada. Se van cambiando estas formas y recreándose las unas con las otras, pero se mantienen vivas.

Finalmente, las más densas son las correspondientes a la parte mental reflejada en los objetos físicos.

Estas formas mentales suelen tener también un color rojizo, con tonos tipo sangre de toro, muy oscuros, a veces casi marrones, y están como envueltos o reflejados en una especie de red negruzca que también tiene tonalidades de los diferentes colores.

Corresponde a aquello que nos lleva a plasmar algo, a dibujar algo, a conformarlo con las manos. Es la parte más densa de nuestras formas mentales, y está en relación directa con el aquí y el ahora.


Hay que tener mucho cuidado cuando se trabaja con las formas mentales, porque podemos herir a los demás y a nosotros mismos.

Las formas mentales son un poco como esos instrumentos voladores de guerra o caza que vuelven a la mano y que en Australia llaman boomerangs. Estas armas, que son muy primitivas, puesto que existían incluso en el periodo del Paleolítico formativo, se arrojan y vuelven a nosotros.

Un mal pensamiento o un mal deseo que arrojemos a alguien, aunque le alcance, aunque percuta sobre él, puede volver de nuevo a nosotros y alcanzarnos. Esto está en relación con lo que los orientales llaman Karma, la ley de acción y reacción. Nadie escapa del Karma. El Karma actúa siempre.

Cuando sembramos trigo, recogemos espigas de trigo, pero cuando sembramos cizaña, recogemos cizaña.

Es una ley inexorable.

Generalmente se cree que el sistema kármico es completamente mecánico, y no es así, porque es un sistema vital.

Creemos que si lanzamos un mal pensamiento, ese mal pensamiento nos volverá exactamente igual, pero no es así. Cuando se planta una semilla de patata, no se obtiene una nueva semilla, sino una planta con varias patatas.

Esto es así porque en la Naturaleza hay una serie de elementos que los esoteristas llaman akáshicos que son espejos de reflexión que potencian nuestras ideas-formas. De tal suerte, si lanzamos un dardo, nos alcanzarán muchos dardos, y si lanzamos una rosa, nos llegarán muchas rosas. Esta es la magia vital de la Naturaleza. Es la causa por la que crecemos y es también la causa por la que tenemos que afrontar a veces terribles problemas.

Si una persona transmite una enseñanza, lo hace sobre un grupo pequeño de personas. Pero si esa enseñanza se plasma, vuelve a él con la potencia de cientos de miles de personas. Eso nos crea una enorme responsabilidad: la responsabilidad sobre nuestras formas mentales.

Por tanto, debemos cuidar no sólo la higiene de nuestro cuerpo físico o de nuestra casa, sino también de nuestras formas mentales. Debemos levarnos por dentro. Es fundamental, porque las formas mentales vuelven de nuevo a nosotros, y cuando tenemos una forma mental muy mala y pesada, hemos de tratar de arrojarla fuera, con cuidado para que no alcance a otros, y trabajarla para que se vaya transmutando poco a poco, y vuelva a nosotros con otra naturaleza.

Esto sería la transmutación alquímica, y desde el punto de vista moral, es la capacidad de perfeccionamiento, de perdón interior, un perdón no otorgado sino elaborado, que nos permite adquirir algo válido, aún habiendo lanzado algo pernicioso.

Y aún siendo buenos, si en un momento determinado lanzamos una mala idea, una mala forma mental, en ese mismo instante debemos tratar de transmutarla, para que esa idea lanzada impensadamente pase de ser un arma a un elemento que vuelva a nosotros mansamente.

Los antiguos Magos de Cesárea imaginaban las formas mentales como si fuesen animales, y hacían que tuviesen formas animadas, similares a pájaros que volvían siempre a sus manos.

Dentro de esas formas mentales los antiguos Magos podían incluso efectuar ejercicios de desdoblamiento, o sea que trasladaban su conciencia a una forma mental determinada, para que esa forma pudiese pasar determinados planos de la Naturaleza y volver de nuevo al lugar donde el cuerpo estaba esperando.

Pero esto ya corresponde a la parte práctica, que casi ni corresponde mencionar aquí, ya que nos adentramos en una zona peligrosa.

Para poder manejar las formas mentales, lo fundamental es tener mente, y no todos tenemos mente. Muchos tenemos sólo un amasijo de pasiones, pensamientos y cosas encontradas, pero no tenemos una verdadera mente.

Como decía Platón, hay que recrear en nosotros el Individuo, aquella parte indivisa, aquella parte que no teme a la muerte, que no teme a la adversidad, que va a seguir hacia delante, y aún con sus temores, defectos y pequeñeces, seguirá caminando y caminando.

Esa es la imagen del caballero andante, del quijote, y de todos aquellos que en la soledad, las tinieblas y la adversidad, siguen cabalgando. ¡Benditos sean!. Porque gracias a aquellos que siguen cabalgando en la oscuridad, gracias a aquellos que mantienen elevada la antorcha de la espiritualidad, gracias a aquellos que mantienen la voluntad firmemente apuntada hacia el horizonte, gracias a aquellos que están por encima de sus pequeñeces humanas y sueñan con un mundo mejor, todo el Universo sigue, nuestros niños nacen con esperanzas, nuestros ancianos cierran los ojos con fe y nuestros hombres y mujeres laboran por un Mundo Nuevo y Mejor, a la espera de ese Hombre Nuevo que pueda canalizar las formas mentales de tal suerte y manera, que este mundo sea más justo, más bueno, más honrado, menos agresivo y en donde todos podamos vivir realmente como hermanos.

Tal vez, de cuando en cuando, tropecemos, es inevitable, entre hermanos; pero que sea un tropezón que no ofenda y luego pueda convertirse en caricias y risas. Seamos familias otra vez, pues todos somos hermanos.

Hagamos una gran forma mental de una gran paz, de una gran concordia, no de una actitud estúpida y contemplativa, sino de un verdadero trabajo interior y exterior que nos permita convivir y recrear lo que está roto, unir los pedazos de la historia vieja y recrear una Historia Nueva en unidad, en fuerza, en limpieza y en libertad.


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