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¡Nos habeis defraudado!


Jorge Angel Livraga

Soy pequeño... Sé que tengo cinco años, pues me miro las manos y me han dicho que debo saber contar mis dedos en español para entrar a la escuela primaria; yo sólo sabía contar en italiano.

Soy pequeño y a nadie le importa lo que oigo... Tal vez por eso me pude acercar a la gran mesa escritorio de nogal donde mi padre, de profesión ingeniero, conversa con un famoso astrónomo de la época, en Buenos Aires, llamado Martín Gil. Ambos eran discípulos de las ideas de Einstein. Los dos pintan una segunda mitad del Siglo XX maravillosa.
Presto atención y me olvido de recitar los números.

Por fin me descubren, me acercan una silla que me parece muy alta y al sentarme en ella me siento importante, pues me señalan y me dicen que veré un mundo maravilloso. El Hombre llegará a la Luna, los avances de la ciencia y de la técnica permitirán que todos alcancemos planetas lejanos antes de que termine el excepcional Siglo XX. Me envidian porque yo lo veré. Explican que todos los niños del futuro serán felices y tendrán juguetes y muchos dulces. Que la gran guerra que había asolado Europa en 1914-1918 no se repetirá. Que habrá paz.

Me recomiendan que ahorre, que estudie mucho, pues en ese futuro dorado, cada moneda guardada se multiplicará, y habrá muchos libros al alcance de todos y se vencerán las enfermedades. Uno de los dos, ya no recuerdo cuál, me acaricia la cabeza y me dice: "Tal vez hasta se descubra un remedio para la enfermedad y para la muerte".

Yo había visto que la gran ciudad en que nací se manchaba en algunas partes
con el óxido de los techos de chapa de las casuchas cercanas al puerto, donde había niños que no recibían regalos para la Navidad ni para Reyes. Y pregunté porqué eso era así, y si en el futuro no habría miseria, si todos los niños tendrían juguetes como yo. Creo recordar que se miraron largamente, pero luego me dijeron que, desde luego, que los tendrían, pues la ciencia y la técnica borraría esas diferencias.

Hablaron a continuación de cosas más difíciles, de enormes reservas de petróleo, de trigo, de metales y nuevos productos. De una gran paz y confraternidad entre todos los hombres.

De nuevo repararon en mí, que me había bajado algo aburrido de la silla, y volvía a pronunciar en español el nombre de los números. El sabio astrónomo me dijo: "¿Para qué aprendes español? El mundo del futuro, donde vivirás, hablará en un mismo idioma: el Esperanto.

Me fuí de esa reunión preguntándome qué sería el Esperanto, pero muy feliz por haber nacido en el Siglo XX, el de las maravillas, la bondad, el progreso. Me fui al "cuarto de los juguetes" a continuar la gran grúa que estaba armando con un inmenso "Meccano" de cientos de piececitas de metal. Me sentí arropado y contento. Martín Gil me había dicho, en otra oportunidad, que cuando pasase de nuevo el cometa Halley, tratase de estar en la Tierra pues era muy bonito de ver.

¡Cuántas maravillas! ... No sabía otras palabras para expresar lo que sentía y las repetía, ora en italiano, ora en español.

Pasaron los años y mi enorme "Meccano" me servía para reproducir barcos y aviones de guerra, a los que "incendiaba" prendiéndoles algodones blancos para imitar las fotos que veía en el "London News", en "Signal". Mucho más tarde tuve conciencia de los horrores de ese "juego de la guerra" y supe de los campos de concentración, de las ciudades arrasadas y, por fin, de las bombas atómicas que el idolatrado Einstein había ayudado a construir.

Cuando se probó en el Atolón de Bikini la primera bomba de Hidrógeno, y corría el rumor de que por estar el Planeta lleno de ese elemento, podría desencadenarse una explosión que sería el fin del Mundo, me encontraba junto a la radio y escuché su rugido terrible, repetidos estruendos en uno solo.
Y ví por la TV la llegada del primer Hombre a la Luna; su inolvidable huella en el polvo cósmico. Y no hace mucho, visité en Texas un museo donde están el Apolo XI, los trajes utilizados, trozos de roca lunar. Todo... ¿para qué? Ni se siguió viajando a la Luna ni eso favoreció a un Mundo cada vez más conflictivo y hambriento. Después lo supe: el caso era quién llegaba primero, si USA o la URSS. Una mera competencia para amedrentar al enemigo, un antecedente de lo que luego se llamaría impropia y vanidosamente "Guerra de las Galaxias", que acabó en las interminables colas para comprar patatas podridas y en los sofisticados sistemas que permiten matar a un hombre sin verle ni siquiera la cara... y que nos asusta porque amenaza con un fusil, detrás de una palmera o de las ruinas de un retrete.

Los nuevos explosivos plásticos sirvieron para matar cobardemente. Los paracaídas se reservaron para los aviones de guerra.

En algunos lugares del Mundo se arrojan alimentos al mar para mantener los precios, mientras que en otros mueren millones de seres humanos de hambre.

Ya no elegimos ni la bebida, ni la comida, ni las ropas. Los "Amos de la Caverna", como los hubiera llamado Platón, lo hacen por nosotros. Vuelven los racismos de todos los colores, y aún dentro de un mismo color, pues el tribalismo cavernario ha regresado de la mano de la reutilización de gases asfixiantes para exterminar pueblos enteros, esos gases que fueron prohibidos por la Convención de Ginebra hace 70 y tantos años y que ni los locos que desencadenaron la 2ª Guerra Mundial se atrevieron a usar.

Vuelve la mentalidad de los Inquisidores... Tamedan y Saladino quieren de nuevo elevar su pirámide de cráneos, y Torquemada goza y llora a la vez en su loca pasión por ver miles y miles de hogueras que consuman a los infieles, y habla de humildad lamiendo el mármol de sus palacios, de los cuales no piensa desprenderse.

Uno produce... veinte especulan?uno consume.
El Estado es un socio para las ganancias, jamás para las pérdidas. Y a la hora de la verdad, importa más una tarjeta de crédito que una vida. El que es pobre, no encontrará ni una cama limpia donde morir. Y todos contentos pues tenemos democracia, leyes, multitud de asociaciones benéficas y los debates en la ONU. Y todos contentos porque nos han vuelto locos y nos reímos de nuestras desgracias. En las fotografías... ¡siempre todos sonrientes!
A Dios lo echaron de las iglesias el interesante tema de los preservativos; de las sinagogas el problema de las barbas; y de las mezquitas la prevención de que las mujeres no muestren la suela del zapato ni usen gafas de sol. Muchos budistas se hicieron guerrilleros; los brahmanes adoran el trasero de las vacas y el ideal del Shinto se reemplaza por mejores aparatos electrónicos.
Confucio lee a Mao.

Se profanan las tumbas. Se desentierra a los enterrados y se tiran los bebés a la basura. A los abuelos se les abandona en las gasolineras. Al fiel perro que lamía las manos de sus amos le espera una patada que lo arroje de un coche en marcha, pues molesta en las vacaciones.

¡Cómo nos habéis defraudado! ¿Este era el maravilloso Siglo XX? ¿El Siglo de la justicia y de la paz? Y ahora que estamos locos, que se abre sobre nuestras cabezas el cielo para dejar pasar sus mortíferos rayos, y que la tierra, el aire y el agua apestan, ¿nos dejaréis probar otras vías; nos permitiréis hacer Filosofía, buscar la Verdad esté donde esté? ¿Creer de nuevo en Dios, pues es lo único evidente de este mundo?

No... Sé que haréis lo posible para impedido, pues estáis locos. Pero como nosotros también estamos locos aunque de Divina Locura, no celaremos en nuestro empeño. !Cueste lo que cueste¡ Porque, ¿sabéis?, nos lo habéis dejado todo tan mal que ya ni tenemos qué perder.
¡Nos habéis defraudado!


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