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Libertad-inexorabilidad


Una vez más, nos reunimos para preguntarnos en este mundo maravilloso de la Filosofía, sobre un tema que parece un juego de palabras: ?Libertad, inexorabilidad?. Hablar ahora mismo de estas dos cosas y plantearlas de manera cruda y directa equivale casi a jugar, porque nos parece algo prácticamente imposible el reunir dos ideas aparentemente opuestas. Hoy que está tan de moda referirse a la libertad para aplicarla a cualquier actividad humana, ha crecido dentro de nosotros la sensación -ya que no la idea- de que la Libertad es explayarse, abrirse, amplificarse en todos los sentidos, lanzarse en todos los aspectos; y, por contraposición, ha crecido dentro de nosotros otra sensación: que la inexorabilidad es algo que nos cierra, que nos constriñe, que nos ahoga paulatinamente.

¿Cómo vamos a hacer para hablar de estos dos conceptos? En principio, el plantear libertad e inexorabilidad sugiere una lucha, una guerra de dos ideas que no pueden conciliarse bajo ningún aspecto. Pero esta apariencia de contienda es una consecuencia del desconcierto general en que vivimos, entendiendo por ?desconcierto? no que seamos incultos, retardados o tontos, como algunas veces pretenden mostrarnos, sino que muchas veces no sabemos muy bien hacia donde ir, ni por donde ir, porque se nos ponen muchos caminos, muchas perspectivas, y todas nos las pintan como igualmente buenas y maravillosas... Y en nosotros está la elección, pero ¿cómo elegir cuando a veces no estamos seguros de lo que queremos?

Ese desconcierto, esa forma de ignorancia, ese no ?saber? con respecto a las cosas fundamentales, es lo que nos lleva a ver ?oposiciones? muchas veces donde no las hay, y a ver ?semejanzas? donde tampoco las hay. Pretendo, si es posible, no demostrar sino mostrar que ?libertad? e ?inexorabilidad? están falsamente en guerra.

Vamos a partir de una primera consideración: ¿Por qué nos resultan irreconciliables? Porque sin darnos cuenta hemos dado, tanto a la libertad como a la inexorabilidad, valores absolutos. Hemos concebido que si somos libres, tenemos que ser absolutamente libres y no cabe ninguna otra cosa más. Y hemos concebido que si aceptamos la inexorabilidad, esta es tan temida y fatídica que no queda ninguna posibilidad o forma de libertad que se pueda aplicar.

Si nos movemos en un mundo de absolutos, empezamos a chocar con los imposibles, porque lo que sí es difícil es conciliar absolutos. Porque toda ?libertad? o toda ?inexorabilidad? no nos caben o no nos permiten vivir dentro de un mundo tan extraño donde aparentemente las cosas sí se mezclan.

Vemos que estas dos ideas sí son relativas. ¿Hay libertad?. Hay relativa libertad. ¿Hay inexorabilidad? Hay relativa inexorabilidad. Y trataremos de aclarar hasta donde llegan la una y la otra, y por fin intentaremos ver cómo podemos concertar ambas.

Para ello utilizaremos el espíritu que nos guía en Nueva Acrópolis. No es un espíritu de medias tintas, ni de quedar bien con unos y con otros. No es un espíritu que, ya que no entendemos bien que es la libertad ni que es la inexorabilidad, nos quedamos con un poquito de lo uno, con un poquito de lo otro y en paz con todo el mundo. ¡No!.

El Espíritu que nos guía es bien diferente. Nos lleva al hecho de advertir que, cuando desde ambos costados se nos constriñe, cuando desde arriba y desde abajo se nos aprieta miserablemente, cuando nosotros nos sentimos atrapados e indiferentes en medio de unas ideas que no comprendemos y de unas formas de vida que necesitamos asumir, se impone el filósofo. El filósofo que no es una media tinta sino que es un pensador que intenta analizar eclécticamente todo lo que el mundo le ofrece, y busca una respuesta en todas partes.

También es nuestra intención el buscar y tratar de aclarar; y no tan sólo buscar porque sí, o tratar de ver todo lo que se nos presente o tratar de dialogar, sino que buscamos una aclaración con ciertos fundamentos. ¿Somos nosotros los primeros que vamos a tratar de estos temas? ¡No! Ha habido pensadores, filósofos, hombres que han descollado en la Historia, y que han escrito de verdad. Hombres que nos han dejado sus pensamientos, sus ideas sobre esto que hoy nos preocupa.

¿Y qué es lo que pretendemos hacer? Si tuviésemos un cine filosófico, un teatro filosófico, en lugar de mi charla, saldrían al escenario varias personificaciones de aquellos pensadores, de aquellos hombres tan importantes y cada una hablaría para nosotros. Montaríamos un maravilloso diálogo socrático y, en un momento dado, cada uno de nosotros intervendríamos para explicar lo que hemos llegado a entender. Pero claro está, nos vemos obligados a tener un teatro muy especial y unas figuras que son apenas mis pequeñas palabras, pero que intentarán reproducir en alguna medida este viejo proceso que arrastramos los hombres para unir las ideas que aparentemente no pueden unirse.

¿Cómo entendemos hoy a simple vista, sin profundizar demasiado, ?lo inexorable?? Lo primero que se nos ocurre es el pensar en algo inflexible. Lo inexorable no se puede doblegar, no se puede vencer, es algo resistente contra lo que no se puede luchar.

Dicen los antiguos que los dioses se mostraban inexorables, pues por más que los hombres llorasen ante ellos, no conseguían ningún favor. Y eso es lo que todavía sentimos: es lo inexorable, lo que no se doblega ante nuestros pedidos, nuestras palabras, nuestros deseos. Además lo inexorable, nos produce la sensación de algo fatal, de algo que ya no puede manejarse con nuestras propias fuerzas.

Y ante este mundo terrible, ¿cómo entendemos a simple vista la libertad, sin profundizar tampoco demasiado en ello? La primera fórmula que se nos presenta es una suerte de reacción ante lo inexorable; es como un acto de repulsa ante aquello que no podemos dominar. Si lo inexorable se nos presenta como fatídico, se nos impone, nos atrapa y nos doblega, nosotros nos levantamos y gritamos: ?Inexorabilidad, ¡No te acepto! ¡Soy libre!? Esta es la primera reacción, pero esta reacción si no se dirige a buenos cauces, nos llevará quién sabe a qué tipos de caminos y quién sabe a qué tipo de desastres...Porque es muy fácil empezar por esta sensación de libertad, para salir del ahogo, y terminar cayendo en una ?falsa libertad?.

Si hiciésemos una encuesta sencillísima, parándonos en el portal de esta misma casa en la gran vía, y le preguntásemos a los transeúntes qué entienden por libertad, lo más probable es que el denominador común fuera: ?Libertad es hacer lo que quiero y cuando quiero; hacer lo que me da la gana; que nadie me indique nada...? Ese ?hacer lo que me da la gana y hacer lo que se me antoje?, nos puede llevar a un desorden, una anarquía y a un desastre que ya no sabremos cómo detener. Porque, ¿estamos seguros que sabremos ?el qué es lo que nos da la gana? ? ¿estamos seguros de que eso que ?se nos antoja? es realmente lo que queremos y lo que necesitamos, y lo que nos hace bien?

Nuestros deseos suelen ser muy inestables, ¿y cómo fundamentar la libertad humana en algo tan inestable como nuestros propios deseos, a los que nos gobernamos sino que -todo lo contrario- dejamos que nos gobiernen?

Por eso hablamos de una falsa y peligrosa libertad, que en realidad es la más terrible de las esclavitudes.

Si el hombre hace lo que se le antoja, a quien debe preguntar por sus acciones, no es a su voluntad sino a sus antojos... Si el hombre hace lo que se le antoja, nos podemos plantear aquella imagen tan gráfica del perro que saca a pasear a su amo a la calle, en vez del amo sacar a pasear a su perro.

Cuando es el hombre el que lleva al animal, es la voluntad la que dirige los actos; cuando es el animal el que arrastra al hombre y lo lleva a los rincones que más le apetecen, son nuestras pasiones que nos llevan sin ninguna posibilidad por nuestra parte de refrenarlas, conocerlas o manejarlas. De ahí que insistimos, en parte, en refrenar el ansia de libertad para abrirse ante lo inexorable, pues puede ser un impulso sano en principio pero que necesita de una dirección, de un planteamiento diferente para no perdernos, para no volver a sojuzgarnos en esa libertad que tanto soñábamos.

Por ello vamos a plantearnos las cosas, pero de otra manera. Volveremos a hablar de libertad y de inexorabilidad, pero ahora es otro personaje el que aparece en nuestro escenario filosófico y son otras las respuestas que se nos dan.

¿Qué es inexorabilidad? ¿Por qué, en lugar de pensar en lo terrible y fatal, en lo oscuro y dramático, no pensamos en la inexorabilidad como en una gran ley universal: matemática, perfecta, segura, repitiendo siempre un mismo ritmo, no por fatídica, sino por perfecta, precisamente? ¿Por qué no imaginar esta inexorabilidad como un cadena magnífica, y sus eslabones como causas y efectos que van viviendo progresivamente, con una sensación de apoyo y tranquilidad para el Ser Interior? Los orientales expresaban esta idea de inexorabilidad con un poco más de poesía y con un poco más de sentido práctico con que nosotros nos lo imaginamos.

Muchas veces hemos hablado del ?Dharma?: de la Ley Universal entre los humanos. Y muchas veces hemos definido ese tan mentado karma como el eslabonamiento de CAUSAS y EFECTOS en los que jamás cabe la casualidad porque las cosas continuamente se van hilando con lógica. Esto es inexorable, sí, pero al mismo tiempo es perfecto.

¿Por qué no plantearnos la inexorabilidad como el Orden y Sentido de la Vida? El Universo entero sigue un ritmo; el que nosotros no comprendamos, no sintamos o no nos interese en absoluto el ritmo del Universo no significa que no lo haya. En cuanto nos detenemos un instante a observar el mundo en que estamos, ese Ritmo salta a la vista. Ese Orden, ese Sentido que llena toda la vida, ese ir hacia alguna parte es evidente. Eso es inexorable, sí, pero tiene sentido. Ya que pusimos antes un ejemplo oriental cuando mencionamos el Karma, introduciremos otro para referirnos al ?Sentido de la Vida?. En sánscrito se le llama ?sadhana?. Es algo tan simple que no puede explicarse con palabras: es el camino de la Vida, pero con una orientación. No es un camino cualquiera, es un Camino que conduce a un fin y que tiene la pretensión de llegar a dicho fin, por lo tanto es inexorable pero está direccionado: tiene sentido.

¿Por qué no imaginar la inexorabilidad como algo ?naturalmente necesario»? Cuando en nuestras casas tenemos un tiesto con nuestra planta predilecta a la que hemos cui­dado con esmero y con cariño tal vez desde el primer día, al plantarla y regarla, ¿no hay acaso necesidad por parte de la tierra de absorber el agua? -¿No vemos con verdadera ma­ravilla cómo el agua que vamos echando desaparece en la tie­rra sedienta? Esta necesidad es tan natural que no nos llama la atención, ni le encontramos un sentido fatídico. Sabe­mos que si no regamos nuestra planta, se va a morir: pero cuando la regamos, cuando seguimos la Ley, nos parece tan sencillo, simple, y fácil, que no podría ser de otra manera. Sin darnos cuenta, estamos siguiendo la Corriente de la Vi­da. Eso es inexorable, pero es natural...

¿Por qué no plantearnos la Inexorabilidad no como algo fijo y duro, sino como algo dinámico? ¿Es que la inexorabi­lidad es estar siempre en el mismo sitio? Estamos hablando de Ley, de la Vida con un Sentido natural de llegar a alguna parte. Y si caminamos, si tenemos que llegar a alguna par­te, a algún fin, ¿no hay una dinámica en todo eso? ¿No es acaso una inexorabilidad que, sin embargo, se mueve? ¿No es esta inexorabilidad lo que podríamos llamar evolución, superación, esfuerzo, crecimiento, el intentar ser mejor, el levantarnos dentro del tiesto de nuestra propia tierra y hacer que nuestras propias hojas adquieran más verdor, más fuer­za, más brillo día a día?

La Evolución es inexorable, pero no es estática; hay mo­vimiento, hay una ruta. Hay Camino y hay Caminante tam­bién. Y esto se viene diciendo desde hace tanto tiempo, que ya Lao Tsé explicaba a sus seguidores que el sendero no tiene ningún sentido hasta tanto no haya alguien recorriéndolo.

Vemos, desde este punto de vista, que la inexorabili­dad no es tan terrible como habíamos visto en un principio, sin profundizar demasiado.

Si recurrimos también a algún viejo filósofo para qué nos conteste acerca de lo que es Libertad, nos dirá que li­bertad humana, para el hombre, es el «Libre Albedrío». Es una forma muy especial en la cual se conjugan las posibilida­des infinitas que tiene el hombre, todo ello combinado con la inteligencia. Por lo tanto, el hombre es libre, pero va a tomar en consideración algo fundamental: la responsabilidad. Va a actuar con responsabilidad, por lo tanto todos sus actos responderán a su propia voluntad, y cada vez que actúe tendrá que conocer los fines a los que ese acto le lleva para que no sea un acto desperdiciado o da­ñino. Porque si hacemos daño, está mal; y si no hacemos daño y tan sólo hemos desperdiciado nuestras energías, tam­bién está mal porque hemos perdido fuerza y tiempo.

El hombre es libre pero debe ser responsable, de tal mo­do que sepa acondicionar su libertad.

¿Qué otro factor podemos encontrar en esta libertad? Una libertad que es responsable debe ser también inteligen­te, pues de lo contrario no sería una verdadera libertad. El pensar, el tratar de discernir, el analizar posibilidades antes de realizar un acto, es inteligencia. No quita libertad, sino que al contrario, la vuelve práctica porque aumenta las posibilidades de llevarla a cabo.

Otra condición típica de la libertad es que todo acto tie­ne que tener una causa. No es lo mismo tener una causa que una coacción. A nadie le gusta ser coaccionado. Pero una cosa es no tener coacciones, y otra es que nuestros actos no tengan ninguna causa por detrás. Si se hace algo ha de haber una causa, un «por qué».

Otro factor para que la libertad sea auténticamente li­bertad es el «dominio de sí mismo». Quien no se domina es muy difícil que sea libre; será un esclavo de sus pasiones, un esclavo de su propio cuerpo, de sus ideas. A qué poner ejemplos si ya son tan abundantes... El que vive nada más que para mirarse al espejo, el que vive sólo para acondicionarse físicamente; el que está pendiente tan sólo de sus propios sentimientos; y si está contento, deben reír todos para com­partir su alegría; y si está triste, todo el mundo debe com­partir su tristeza, etc. Porque el esclavo necesita que haya es­clavos a su alrededor para justificar su propia situación.

Pero hablemos también de ese otro esclavo: del que cree que piensa y en lugar de pensar tan sólo se obsesiona, y gira y gira en sus propias ideas, abriendo un dramático surco en su propia mente, y vive como enterrado en su propio barro sin contemplar la necesidad de salir de ello.

Por lo tanto hace falta un básico dominio de sí mismo; un básico manejar el propio cuerpo, un básico manejar los propios sentimientos y las propias ideas. Un básico entender que no estamos solos en el mundo y que por lo tanto es ne­cesario proseguir nuestra propia acción al lado de la acción que desarrollan los demás. Entonces sí hablamos de libertad.

Esa libertad tiene una doble vertiente: una exterior, de aplicación hacia afuera; y una interior, cuya raíz está dentro de cada uno de nosotros. La libertad exterior es muy rela­tiva, porque no depende solamente de nosotros, depende de las circunstancias. Hay momentos en que para expresar nues­tras propias ideas y actuar, no tenemos otra posibilidad que la de chocar contra ciertas trabas, contra ciertos elementos que impiden nuestra acción o que la minorizan o retardan. Por ejemplo, a veces hacemos menos de lo que queremos, o en lugar de hacerlo hoy tendremos que hacerlo mañana, pues hay circunstancias que no dependen de nosotros.

Sin embargo, a pesar de las circunstancias adversas, la libertad exterior puede verse minada pero no muerta, por­que la libertad ni nace, ni muere en las circunstancias. Si así fuese no estaríamos hablando de libertad, tan sólo sería un juego.

Por lo tanto, la verdadera y auténtica libertad es la Li­bertad Interior. Esa es la que da la medida de la persona, es la que da la dimensión de la evolución de cada persona. Porque curiosamente, cuanto más evolucionado es el ser, más su li­bertad se adapta paulatinamente a la Ley y a la necesidad. ¿Por qué? Porque entiende la Ley de la Vida, entiende las cosas que son justas, las que son necesarias. Comprende el porqué de lo que nos rodea, y ¿qué mejor que adecuar la propia acción a todo esto que nos está sucediendo?

Decían los aristotélicos que la libertad es finita en actos pero infinita en potencia. Fuera puede haber inconvenientes, pero por dentro ninguno. Volar, por dentro, ¿Quién nos lo impide? Ahora mismo podemos cerrar los ojos y cada cual puede trasladarse donde quiera, y pintar las imágenes con los colores más vivos y má­s brillantes. ¿Y quién nos lo puede impedir?

Nos decía Schopenhauer que la libertad no se mide en los actos, sino en el Ser, porque actos hay muchos pero el Ser es el que le da valor al acto.
Y queremos plantearnos aún algo más acerca de la liber­tad, algunas características propias de la libertad que nos permitan aplicarla en todos los campos posibles. Nos interesa en un principio partir de algunas características en la vida cotidiana, en la práctica, en lo común. Es decir: una liber­tad aplicable. Y ¿qué es lo primero que nos vamos a plan­tear? Libertad no es contrariar a las Leyes de la Naturaleza; es, al contrario, estudiar esas Leyes, seguir junto con ellas, ayudarlas y encontrar más y más vías que nos permitan ejecutar nuestra evolución y crecimiento.

Si creemos que por contrariar una Ley estamos libres es­taremos completamente equivocados. Por ejemplo, somos libres de regar una planta -por volver al ejemplo utilizado- y también de no regarla. Podemos elegir. Si no la regamos, nos veremos libres pero no tendremos planta. Si la regamos tendremos esa planta y podremos tener otras muchas más porque tendremos una vía, un método de acción, algo prác­tico para poder desenvolvemos.

Otro aspecto que debemos tener en cuenta es que toda libertad debe considerar las circunstancias que nos rodean, antes de ponemos en marcha. De lo contrario, corremos el riesgo de morir en idealismos estériles.

Idealmente, interiormente, podemos tener las ideas más brillantes, más perfectas, más maravillosas, de una amplitud que por poco es tocar el cielo con las manos... Pero si no en­tramos también en contacto con la realidad y no vemos has­ta qué punto podemos aplicar todo lo que estamos soñando, corremos el señalado riesgo de morir, de debilitamos al ver que, aunque tenemos una idea tan magnífica, no podemos hacer nada.
En lo práctico, para que la idea tenga aplicación, además de las ideas debemos considerar en qué momento, cómo y con qué elementos lo vamos a llevar a cabo. En la práctica, para que haya auténtica libertad, nada mejor que una volun­tad ejercitada, y bien direccionada. Kant nos decía que no hay nada superior a una buena voluntad, una voluntad tra­bajada, fundamentada en ideas claras y precisas.

Y esto nos hace recordar aquello que los antiguos (los que tanto material nos dejaron sobre lo que de inexorable hay en la Naturaleza) solían repetirnos. En el plano de la As­trología, los pensadores afirmaban que, efectivamente, noso­tros somos una partícula dentro del Universo que se dirige hacia una finalidad. Y, en ese sentido, nos condicionan los vientos, las aguas, los astros; todo nos condiciona. La frase famosa lo indica: «Los astros inclinan, pero no determinan». Hay elementos por fuera que pueden inclinar nuestra acción, pero no nos determinan en absoluto. Nada hay determinan­te por completo ante una voluntad sana y que, en ejercicio, aprende a superar día a día las dificultades.

¿Qué es lo ideal en estos casos? Atender a las inclinacio­nes de esos elementos exteriores, estudiarlos, reconocerlos y aprovecharlos. Un buen impulso, una buena inclinación a veces es una buena energía para salir adelante. Cuando un avión se levanta en el aire, se apoya en la corriente contraria de aire, se apoya sobre ella y entonces vuela.

Algunas características morales para esta libertad: desde el punto de vista moral es necesario tener en cuenta las con­secuencias de nuestras acciones. Todo acto nuestro puede obedecer a nuestros más íntimos deseos, a nuestros pensamientos más fuertes, es cierto, ¿pero qué consecuencias ha de tener ese acto? Uno no vive solo en el mundo; está nuestra libertad y la de los demás seres humanos. Nos en­contramos todos conviviendo y está la necesidad de no cho­car unos con otros. De ahí que moralmente tenemos la obligación de medir las consecuencias de nuestros actos.
Moralmente, si queremos actuar con libertad y no dar salida a nuestros impulsos externos, necesitamos despertar nuestra conciencia. Actuar a ciegas, repartir manotazos sin saber por qué no tiene ningún sentido. Para direccionar nues­tra libertad hace falta una conciencia despierta, una luz, una claridad interior que nos permita entendemos a nosotros y entender a los demás.

Y hace falta el dominio de sí mismo, no sólo para direc­cionar nuestros actos, sino también porque a través de ese dominio trataremos de no hacer daño a los demás. Si uno puede retener sus impulsos, sus pasiones, sus pensamientos negativos, si puede jugar con ellos y manejarlos, es proba­ble que sus actos resulten también medidos y el daño será mínimo.

Y ¿por qué no algunas características espirituales para la libertad? Desde el punto de vista filosófico, que es el que nos ocupa y el que nos mueve como acropolitanos, entende­mos que la libertad debe ser algo trascendente. No podemo­s fundamentar la libertad tan sólo en lo material, en lo perecedero. No podemos ejercitar nuestra libertad únicame­nte en el mundo material en el que nos movemos porque hayamos pensado que ése es nuestro único ámbito de acción. Esa sería una libertad bien pobre, que nace y muere con es­os centímetros de diferencia.

Concebimos en cambio una libertad transcendente, fue­ra de lo perecedero, tan amplia y tan poderosa, con una di­mensión tan extraordinaria que, fuera de lo concreto, aún esa libertad sigue ejerciéndose.

Cuando en los viejos textos egipcios -esos cánticos e himnos que hoy recogemos bajo la recopilación del «Libro los Muertos»- leemos las recomendaciones que se daban a los discípulos, de lanzar el alma más allá de la Tierra y por acto de la Voluntad, abrir las puertas del cielo, penetrar a través de Ellas y encontrarse cara a cara con los Dioses hasta conocerlos y hasta hacerse uno sólo con las más altas virtudes, estamos presenciando un ejemplo de libertad que no mueve tan sólo a nivel de lo terrestre sino que es capaz de arremeter contra todo lo que existe. A esto le llamamos trasce­ndencia de lo perecedero, de lo material. Y es también una trascendencia de lo temporal.

Nuestra libertad no vale la pena conquistarla para aplicar­la tan sólo un minuto, o un día, o un año, o ni siquiera para una vida. Una libertad que tan sólo nos sirve para hoy o para mañana, es una libertad bien pobre...

Una libertad que nos habla de Alma, de inmortalidad, del existir eternamente, pasa más allá del tiempo. Lo que hoy está al alcance de nuestras manos se busca, se consigue, se atesora, es verdad. Pero lo que no está al alcance de nuestras manos, se alcanza más allá de la materia y del tiempo, y se busca en el infinito; en el infinito del espacio y del tiempo.

Vemos que así no es tan difícil conciliar Libertad e Inexorabilidad. Platón nos ponía un buen ejemplo para de­mostrar cómo pueden marchar estas dos ideas de la mano. Es un viejo ejemplo y muy práctico.

Imaginemos un barco que ha salido de un puerto y que tiene que llegar a un destino. El barco tiene un capitán que lo conduce y muchos viajeros, que somos nosotros, los se­res humanos. Al capitán cada cual puede llamarle como quiera: Dios, Destino, Inexorabilidad, es igual. El barco es­tá orientado hacia un destino. Nosotros somos los pasajeros, no estamos sujetos en el barco; podemos movernos, cam­biar de sitio, etc., tenemos una libertad dentro del barco, y más allá de nuestro movimiento individual, está el movimien­to general, ese sentido, ese Orden del Universo que nos lleva hacia un puerto.

Libertad e Inexorabilidad unidas en movimiento absolu­to y movimiento relativo.

Y los orientales ponían otro buen ejemplo para expli­car lo que eran Dharma o Camino de la Vida y Karma, Ley de Vida. Dharma es como un camino de murallas elásticas. Por el medio del camino vamos nosotros que no estamos muy seguros a veces de cómo circular, y tampoco tenemos los ojos muy abiertos ni la visión muy clara. Al desviarnos del centro, vamos a golpeamos contra las murallas de los costados. Podemos recorrerlo de pie, arrastrándonos, como queramos. ¿En cuánto tiempo? Corriendo, o parán­donos, sentándonos al costado del camino para tomar im­pulso... Somos libres para tomarnos el tiempo que quera­mos.

Esos son los ejemplos gráficos que nos permiten unir en la cúspide de una pirámide ideal estos elementos que plan­teamos al principio como aparentemente opuestos. Una Ine­xorabilidad bajo la forma de una Ley que es perfectamente compatible con una libertad, con la libertad de una concien­cia esclarecida que entiende que debe elegir aquello que, siendo Ley Universal es, por lo tanto, justo y necesario.

Estoy convencida, después de haber transitado estos caminos, junto con viejos filósofos y pensadores, de que hay Inexorabilidad. Inexorablemente vamos a dejar alguna vez las pesadas muletas en las cuales nos apoyamos.

E inexorablemente, como seres humanos ansiosos de buscar y de encontrar su Destino, vamos a alzar vuelo, como los pájaros, como las viejas imágenes de las almas que se le­vantan y se liberan de todo lo material, ya que han encon­trado una libertad más allá de la expresión, más allá de toda tristeza y de todo elemento fatídico.

Sí, amigos míos: ¡Libertad, porque es inexorable!


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Información ofrecida por la Asociación Cultural Nueva Acrópolis - Málaga


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