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Las edades esotéricas del Hombre


Jorge Angel Livraga Rizzi


En este, como en tantos otros temas, es temerario generalizar. Cada ser humano tiene su destino particular que es como una cuerda hecha con muchísimos hilos de diferentes colores, resistencias, longitudes y ciclos de vida.

Influyen asimismo las decisiones que cada uno toma ante todas las oportunidades y también factores misteriosos que están por encima de todos los «horóscopos», circunstancias y educación. En todas las Religiones Mistéricas de la Antigüedad, desde la Sumeria a la Etrusca, ese «factor X» -que así lo han llamado diferentes pensadores del siglo XX- no es mensurable ni previsible... Sabemos que existe por sus efectos evidentes, pero no sabemos lo que es.

Según Homero y Virgilio, esta Voluntad Ultérrima estaba por encima, no sólo de los hombres, sino también de los Dioses y de todo aquello que podamos concebir... el mundo de lo inteligible, por paradoja, tiene raíz irracional... o pararracional, que en la práctica es lo mismo.

Pero para facilitar ciertas comprensiones, el esoterismo diferencia los años que un hombre puede vivir en ciclos de siete.

Hasta los 7 años: Existe un descenso paulatino de los Principios espirituales, mentales y psicológicos en general. Existe una especie de «Angel de la Guarda» que vigila la entrada del Alma en la encarnación y «suaviza» sus choques con el mundo en el que le toca vivir. Padres, familia y educadores tienen gran importancia. El niño es, salvo excepciones, un ser plástico que responde a los acicates del castigo y la recompensa; necesita autoridad y control permanente que le permitan un aprendizaje instrumental. Si nace en familia cristiana, será cristiano y si en judía, judío, etc. Su contacto con el medio social es una «vacuna» que le permitirá sobrevivir a futuros embates. Necesita cariño, que no es debilidad ni gazmoñería.

Hasta los 14 años: Habiendo sobrevivido a la niñez, entra en una etapa «gozne» y, a través de la fantasía y de la imaginación, se introduce el ser humano en el mundo de los adultos que no acepta ni rechaza totalmente. Está probando. Necesita que le dejen, controladamente, acertar y equivocarse. Su propio Espíritu empieza a manifestarse y crea la imágenes de aparentes rebeldías.

Hasta los 21 años: Pasada la etapa anterior, el Espíritu se manifiesta más fuertemente y se perfila la personalidad y las posibilidades definitivas. Se entra en la plenitud... inmadura. Los roles sexuales se afirman.

Hasta los 28 años: El Espíritu se ha manifestado y el camino para toda la vida se hace evidente. Todo toma formas concretas y se tiende a imponer la propia naturaleza en todos los órdenes.

Hasta los 35 años: Se llega a todas las formas definitivas y la espiritualidad vence o fracasa; ya no habrá cambios de fondo al respecto. Se camina por sendas elegidas y lo que puede variar ahora es la velocidad, aparte de pequeños desplazamientos de los focos de interés y centros de invento. Aunque pueda no parecerlo, la posibilidad de cambios ha quedado atrás y tan sólo se pueden afirmar o debilitar los elementos de la personalidad según la fuerza del Espíritu. Se está en la mitad de la esperanza de vida, en la cumbre de la montaña de esta vida y se empiezan a percibir más claramente paisajes y fuerzas, lo que provoca acción y curiosidad. Los elementos ya existentes se combinan y recombinan en una «segunda juventud».

Hasta los 42 años: Los efectos de la que llamamos «segunda juventud» se hacen perceptibles y se instrumentalizan. Son necesarios logros, conquistas, adquisiciones. Al final del ciclo se empieza a bajar «la montaña biológica» y aparecen conflictos entre el Espíritu, el Alma y la Personalidad. Aquí se definen los valerosos y los cobardes. El desafío de la vida se plantea y replantea.

Hasta los 49 años: Un sentimiento que permaneció casi en latencia se manifiesta: el apuro por plasmar cosas, y éstas serán según la naturaleza de cada uno y su grado de espiritualidad o materialismo. La experiencia individual se ha decantado e influencia fuertemente en los actos, sentimientos e ideas. El cuerpo, por su parte, presenta las características propias de la perdida juventud. Esto no siempre es aceptado y ello hace que esta edad sea especialmente peligrosa para el equilibrio fisiológico y mental.

Hasta los 56 años: Se inicia una doble fuga psicológica hacia atrás y hacia adelante. Se recuerdan los «buenos tiempos» y se proyecta con fuerza para el futuro. El presente se evidencia efímero y débil. Hace falta afianzarlo para cogerse fuertemente a algo. Las posiciones se radicalizan y maduran. Si se ha tomado el camino espiritual, se entra en un período muy fructífero y si no, en un simulacro de nuevas creaciones... que son las mismas de antes, pero mucho más definidas, sólidas... y estáticas.

Hasta los 63 años: El «ocaso» de la vida se hace evidente y todos, de una manera u otra tratan de dejar «cosas hechas» que otorguen seguridad colectiva e individual. Depende de la cultura, carácter y espiritualidad, el grado en que la radicalización de las creencias se plasme en obras realmente útiles. La convivencia se torna cada vez más difícil y se la rechaza a la vez que se la necesita, a veces de manera traumática.

Hasta los 70 años: Según se hayan ejercitado, algunos principios espirituales se retiran o se afirman. Es el final, el «broche» que puede ser de oro o de hierro. El cuerpo entra en deterioro que pone a prueba la templanza. La idea de la muerte, en sus diversas acepciones, se hace constante. Para algunos, ésta es un último incentivo y para otros la puerta de la desesperación, de la resignación, de la rebeldía (ahora sí auténtica) lo que puede provocar un enfrentamiento consigo mismo y con el entorno físico, psíquico, mental o espiritual.

Si se sobrepasa esta edad, todo pronóstico se hace aventurado, pues los ancianos pueden convertirse en rocas sólidas de maravillosos ejemplos... o en empecinados enemigos de todos y de todo. Por lo general se experimenta una gran soledad, dorada u opaca. La mayor parte no entienden a los más jóvenes y se enfrentan con ellos, envidiando de alguna manera su juventud. Ahora, todo dependerá de la vida que se ha dejado atrás. Leyes de la Naturaleza, absolutistas y dogmáticas, hacen cosechar apresuradamente lo que se ha plantado de forma inexorable.

Si el fin sobreviene por una enfermedad especialmente larga, suelen reaparecer características netamente infantiles. Si no, o si la fuerza espiritual es muy grande, el Espíritu dará sus más bellos esplendores como despedida final, penetrando de nuevo en una realidad íntima y misteriosa, como la de los niños pequeños. Aun estando en este mundo ya no se vive en él.

Intencionalmente, hemos evitado los análisis psico-físicos a la moda y la terminología de nuestro tiempo. No creemos en el psicoanálisis mientras no se reencuentren las claves de una psicosíntesis reconstituyente, optimista y veraz.

Por otra parte, todo lo anterior, si bien obedece en líneas generales a la marcha del tiempo en la vida del Hombre -englobando ambos sexos para abreviar-, insistimos en que es muy esquemático pues no se puede masificar y cada ser humano es un mundo, un misterio, una realidad propia e irrepetible, absolutamente singular.

Esto no descarta la reencarnación, pero confirma que si la cadena es una, sus eslabones son innúmeros, diferentes y que la asociación de los mismos no quita la flexibilidad del conjunto; por eso lo comparamos a una cadena y no a una barra rígida. Espacio y tiempo son coordenadas que se entrelazan pero que no se funden entre sí, pues aunque tienen un Ser idéntico, son a la vez un existir maravillosamente diferente, enfrentado y complementario.

Pero tales son las Viejas Enseñanzas que, bien meditadas, pueden ser útiles a aquellos que, siendo filósofos, buscan conocerse en profundidad.


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