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Indice

La vida secreta de las plantas


INTRODUCCION


Desde los más remotos tiempos de que tenemos referencia, en todas la grandes culturas, los hombres desarrollaron profundos conocimientos sobre la vida de las plantas, siempre en relación a una concepción universal de la vida, conocimiento que se integraba en las grandes ciencias de la Alquimia, Astrología, Medicina etc..

Las fuentes principales de este saber fueron las escuelas de Misterios, y la comunicación directa de los Médicos-Magos con los elfos, silfos, hadas, duendes y demás espíritus elementales que conviven con las plantas, quienes instruyeron al hombre. Tan grandes logros se fueron perdiendo gradualmente con el paso de los milenios, con brillantes renaceres como en Grecia, Roma, y entre los celtas, hasta las últimas luces impulsadas por los pueblos incas y aztecas.

Pasado el desastre de la caída del Imperio Romano, y luego de siglos de oscurantismo, un nuevo hálito de la Tradición despierta a Europa y amanece desde Italia el Renacimiento; genios de la talla de Da Vinci, Paracelso o Giordano Bruno, entre otros, permitieron que occidente redescubriera aquellas viejas Ciencias, aunque ello sólo fue posible de manera muy fragmentaria.

El materialismo desarrollado a partir del siglo XVII fue cerrando cada vez más estos contactos, y mientras se edificaba una pseudociencia mecanicista y dogmática, se perdió lentamente la capacidad de percibir lo sutil de la Naturaleza y sus habitantes: se alcanzaron concepciones muy precisas de lo material frente a una ignorancia casi absoluta de lo invisible, verdadero agente de los fenómenos físicos y químicos.

En el siglo XIX, en que el materialismo entronizó su miopía, se cortaron definitivamente esos ya frágiles vínculos. Se llegó a considerar la vida como una mera dinámica de fenómenos ordenados, pero sin ninguna trascendencia. Los seres fueron vistos como cosas que poseían un mecanismo vital, sosteniéndose como consecuencia que en las plantas existía tal fenómeno y por ello estaban vivas.

En medio de esta oscuridad surge la singular figura de Helena Blavatsky, quien a pesar de la incomprensión e intolerancia reinantes mantuvo vigente en un selecto grupo de mentes lúcidas la concepción de la Vida-Una. Así, llegamos al siglo XX, donde una serie de descubrimientos dan a la Ciencia oficial la posibilidad de considerar fenómenos que se alejan de su propia óptica materialista; y sin abandonar por ello su propia alienación, empiezan a estudiar con mayor humildad y menos prejuicios, determinados fenómenos considerados en otros tiempos faltos de seriedad. El científico del siglo XIX fue intransigente, manifestando orgullosamente su supuesto saber; el del siglo XX, por el contrario, menciona sus hallazgos con mucha cautela. Y es que en la segunda mitad de nuestra centuria experiencias incuestionables les obligan a la más extrema prudencia, ante la probabilidad de que la vida sea una realidad más allá de lo material.

Estamos, quizá, asistiendo a la aceptación de algo que los esoteristas de todos los tiempos han anunciado: que las plantas y todo cuanto existe, tiene tanta vida como nosotros y el Universo en su totalidad.


PARACELSO

No podemos, en esta abreve reseña dedicada a la vida oculta de las plantas, dejar de mencionar la gran figura de Paracelso.

A inicios del renacimiento, al lado de otros grandes personajes, surge el genio maravilloso de un gran alquimista y médico ilustre llamado Aureolus Philipo Teofrastos Bombast de Hohenheim.

Nació en Einsiedeln, Suiza, el 10 de noviembre de 1493; desde muy niño su padre le enseñó que la Medicina se encuentra en la Naturaleza, y sólo allí debían los hombres buscarla. Dado que su físico era muy frágil, su padre le llevaba a constantes excursiones, convencido de que el cambio de aire le fortificaría. En ellas aprendió a reconocer las plantas que tenían propiedades curativas o tóxicas; su padre también lo introdujo en los conocimientos de Medicina, Cirugía, Alquimia, Teología y Latín. Siendo aún muy joven conoció en Levanthal al obispo benedictino Eberhard Baungartner, conocido como uno de los más notables alquimistas de su tiempo, recibiendo de él sus enseñanzas con gran avidez. Sin embargo, su mayor anhelo era poder curar a los enfermos, y orientaba siempre su formación hacia este fin.

Viajó más tarde a Basilea, donde aprendió aún más sobre Astrología y otras Ciencias afines. Pero las enseñanzas de la Universidad conservaban el espíritu medioeval pleno de conocimientos anquilosados; así, decide buscar un verdadero Maestro, embarcándose hacia Wurzburg al encuentro del abate benedictino Tritemius, auténtico adepto, quien lo instruyó en la verdadera Ciencia. Dada su vocación, orientó todo lo que aprendió a la curación de las enfermedades, valiéndose principalmente de las propiedades de las plantas, así como de comunicaciones con los espíritus elementales de la Naturaleza, como él mismo refiere. Dio a conocer, más tarde, a través de publicaciones, algunas enseñanzas de carácter ocultista, aplicadas siempre a la Medicina que tanto amó. Destaca entre sus enseñanzas aquella que se refiere a la interrelación de las plantas con las múltiples manifestaciones de los seres vivos en el Cosmos, y que definió como ?Signatura?.

Su amplio espíritu lo llevó a utilizar diversas vertientes en el campo de la terapéutica, tales como Fitoterapia, Homeopatía y medicamentos de origen mineral. Llegó a desarrollar una verdadera Medicina mágica, acercándose de alguna manera a los Maestros-Magos de la antigüedad.

Es a él, pues, a quien debemos la pequeña llave de este conocimiento oculto, que a través de nuestro artículo pretendemos ofrecer.


LAS PLANTAS, EL HOMBRE Y EL COSMOS

EN 1966, Backster, famoso técnico en la detección de mentiras a través de un galvanómetro, tuvo el impulso de conectar sus electrodos a las hojas de su dracena, y seguir su reacción ante el agua vertida sobre sus raíces. Ante su asombro, la gráfica descendió describiendo una línea sumamente dentada; ¿sería posible que la planta fuese capaz de exteriorizar emociones?.

La manera más eficiente para provocar en un ser humano una reacción lo bastante fuerte como para que el galvanómetro salte, es amenazarle con poner en peligro su bienestar. Esto fue precisamente lo que decidió hacer Backster a la planta: introdujo una hoja de la drácena en su taza de café caliente; el galvanómetro no registró nada, reflexionó un momento y se le ocurrió una amenaza mayor, quemar la hoja a la que había aplicado los electrodos. En el momento mismo en que lo había penado y antes de que marchase a buscar el fósforo, la gráfica describió una prolongada línea ascendente. Backster no se había movido ni hacia la planta ni hacia la grabadora, ¿sería posible que la drácena estuviese leyendo su pensamiento?.

Salió de la habitación y volvió con algunos fósforos, observando entonces que la gráfica había registrado otro trazo brusco hacia arriba, indudablemente causado por su determinación de llevar a la práctica la amenaza que había pensado. Se dispuso a quemar la hoja. Esta vez se marcó en la gráfica una reacción más baja. Cuando de hecho comenzó a realizar los movimientos de intentar quemar las hojas, no hubo reacción alguna. La planta parecía capaz de poder distinguir entre un intento verdadero y otro simulado.

Backster comprobó además que cuando las plantas se veían amenazadas irremediablemente, recurrían a la pérdida del ?sentido?. Así, su planta no reaccionaba ante ningún estímulo en presencia de un amigo fisiológico, cuyo trabajo requería destruir plantas para obtener su extracto seco.

Para averiguar si las plantas poseían cierta forma de memoria, iniciaron un plan según el cual Backster iba a intentar identificar al asesino secreto de una planta. Seis estudiantes, con los ojos vendados, fueron sacando papeles doblados de un sombrero, en uno de los cuales se daban instrucciones para arrancar, pisotear y destruir completamente una de las dos plantas que había en una habitación cercana. El ?asesino? tenía que cometer el crimen en secreto, sólo la otra planta sería testigo. Conectando la planta superviviente con un polígrafo y haciendo que desfilasen los alumnos uno a uno ante ella, Backster logró identificar al culpable, pues tan sólo en presencia de uno de los estudiantes la planta describió en el polígrafo una curva frenética de movimiento; después, el estudiante confirmó que él había sido el ?asesino?.

En otra serie de observaciones, Backster, notó que parecía crearse una especie de comunión o vínculo de afinidad entre una planta y su cuidador, cualquiera que fuese la distancia que los separara. Llegó a esta apreciación mediante cronómetros y anotando todas sus actividades durante el día, comprobando luego cómo la curva descrita por el polígrafo coincidía con las diferentes emociones que vivió a lo largo del día.

Vogel, un científico, inspirado en las experiencias de Backster, dispuso tres hojas en la cabecera de su cama y todas las mañanas, durante un minuto, exhortaba amorosamente a dos de ellas a seguir viviendo, mientras que a la otra la ignoraba deliberadamente. Después de una semana, esta última estaba marchita, y en cambio las otras se mostraban lozanas. Otro día invitó a un psicólogo a su casa; la planta de la habitación que tenía un polígrafo conectado, tuvo una reacción instantánea e intensa y de repente se quedó como muerta. Al preguntar Vogel al psicólogo qué era lo que había pensado, éste le contestó que había comparado mentalmente al filolendro de Vogel con uno que él tenía en casa, y pensó lo inferior que era el de Vogel al suyo. En forma evidente, tan cruelmente herida se mostró la planta de Vogel ?en sus sentimientos?, que se negó a reaccionar durante el resto del día; de hecho, estuvo sombría y malhumorada casi dos semanas. No le quedó duda de que las plantas podían tener aversión a los pensamientos de los humanos.

Esto no sólo se comprobó con seres humanos; Backster pudo demostrar cumplidamente a un grupo de estudiantes de la Universidad de Yale, que los movimientos de una araña en la habitación en una que planta estaba conectada con su equipo, podían originar cambios dramáticos en la gráfica producida por la planta, por ejemplo, justo antes de que la araña escapase de un intento humano de limitar sus movimientos. ?Parecía -comentaba Backster- como si la planta captase cada una de las decisiones de huir de la araña, causando una reacción en la hoja?.

En cierta ocasión, Backster se cortó un dedo y se lo untó de yodo; la planta que estaba siendo observada por medio del polígrafo, reaccionó inmediatamente; al parecer, ante la muerte de algunas células de su dedo. En otra ocasión apareció un rasgo especial cuando Backster se preparaba para tomar una taza de yogur; aquello le extrañó y desorientó, hasta que averiguó que había una sustancia química protectora en el dulce en conserva que mezclaba con el yogur, la cual estaba destruyendo algunos de sus bacilos vivos. También se explicó los rasgos peculiares que se obtenían en la gráfica cuando se echaba agua caliente al fregadero y se mataba a las bacterias que allí estaban.

?La facultad de sentir -asegura Backster- no parece acabar en el nivel celular. Puede extenderse al molecular, al atómico y hasta al subatómico. Concluyendo, todas las clases de seres que han sido considerados convencionalmente inanimados, acaso necesiten una reevaluación"?

Estos experimentos fueron repetidos por numerosos investigadores, y en ellos se determinó que las plantas tienen una sensibilidad paralela a la de los seres humanos, que les permite percibir sus sentimientos para con ellos y sus diferentes estados emocionales, y aun reaccionar frente a éstos con una cierta autonomía.

Esta relación con los seres humanos es sólo una parte de su comunicación con el Cosmos, pudiendo percibir los cambios estacionales y el movimiento de los astros con toda claridad. Así Mairan, en 1720, observó con sorpresa que la puesta del sol parecía ser la causa de que la mimosa púdica plegase sus hojas, lo mismo que cuando las tocaba con la mano. Introdujo las mimosas en un armario y al observarlas al mediodía, comprobó que sus hojas estaban completamente abiertas, pero cuando se volvió a ocultar el sol, se cerraron igual que las del salón. Es decir, las plantas sentían al sol aunque no lo viesen.

LAS PLANTAS Y LA MUSICA

Doroty Retallack, organista y mezzosoprano profesional que había dado conciertos en el Beacon Supper Club de Denver, comenzó a realizar un experimento biológico de laboratorio con plantas. Junto con una amiga, situaron dos grupos distintos de plantas, entre las cuales había filolendros, maíz, rábanos, geranios, etc. A continuación, ante uno de los grupos, hicieron sonar a cada segundo las notas musicales ?Si y ?Re?, tocadas al piano y grabadas en una cinta magnetofónica; aquellos sonidos aburridos y monótonos, después de tres semanas de experimento, hicieron que todas las plantas comenzaran a marchitarse, y algunas de ellas se apartaron de la fuente del sonido, como si las desviase un fuerte viento. El grupo de plantas que se había desarrollado en paz, floreció.

Además, realizó un experimento de ocho semanas con calabazas de verano, transmitiendo a sus cámaras, música de dos estaciones de radio de Denver: una de ellas de rock y la otra de música clásica. Las cucurbitáceas no fueron indiferentes, ni mucho menos, a ambos estilos musicales: las expuestas a las piezas de Haydin, Beethoven, Brahms, Schubert, y otros autores europeos de los siglos XVIII y XIX, se orientaron en dirección a la radio de transistores y una de ellas se enroscó amorosamente en torno al aparato. La otras calabazas se desarrollaron como huyendo de la música rock, y hasta trataron de trepar por las paredes resbaladizas de su caja de cristal. En lo sucesivo, la señora Retallack organizó una serie de intentos semejantes a principios de 1969, con maíz, calabazas, petunias, caléndulas, etc., con las que obtuvo el mismo resultado. La música rock hacía que creciesen algunas plantas al principio, anormalmente altas y con hojas excesivamente pequeñas, o que se paralizasen; al cabo de quince días, todas las caléndulas habían muerto, mientras que florecían otras idénticas a sólo dos metros de distancia, donde llegaban los compases de la música clásica. Ocurrió algo muy interesante: durante la primera semana, las plantas expuestas a la música rock consumían mucha más agua que las expuestas a la música clásica, aunque la disfrutaban menos, puesto que al examinar sus raíces se advirtió que, estaban escuálidas y sólo tenían por término medio una pulgada de longitud, mientras que las del otro grupo eran gruesas, espesas y cuatro veces más largas.

Después, la señora Retallack quiso saber la reacción de las plantas frente a los compases clásicos del Sitar, versión hindú, ejecutada por el brahmán bengalí Ravi Shankar. Las plantas habían manifestado positivamente sus preferencias por Bach, puesto que se desviaban hacia los preludios en un total sin precedentes de 35º; pero todavía fue más positiva su reacción a la música de Shankar: se inclinaron, en un esfuerzo por llegar a la música clásica hindú, hasta la mitad de la horizontal, en ángulo de más de 60º, y una de las plantas se acercó tanto que casi abrazó el instrumento. Numerosos resultados posteriores confirmaron estos hallazgos. Vemos, pues, que determinado tipo de música ejerce influencias benéficas en el crecimiento y desarrollo de las plantas, gracias a la sensibilidad que éstas poseen, mientras que otros ritmos producen efectos negativos, impidiendo su desarrollo o provocando enfermedades o incluso la muerte.

Una vez más, corroboramos la íntima vinculación de las plantas con el entorno.


LOS CHAMANES

El Médico-Mago de la Antigüedad, que atesoraba una enorme Sabiduría, con el correr de los tiempos y de los ciclos históricos, tiene en la actualidad un modesto pero no menos enigmático heredero, el ?chamán?.

Los chamanes, los ?medicine man? de los pueblos marginales de todo el mundo, no son supersticiosos ignorantes que pretendan conjurar fuerzas extrañas que desconocen o temen; todo lo contrario; son, en sus pueblos, personajes de una renombrada capacidad e inteligencia, y que reúnen condiciones de liderazgo frente a sus semejantes.

Lo más importante para constituirse en chamán de un pueblo es disponer de esa disposición o apertura hacia el entorno natural que les permite comunicarse activamente con la Naturaleza, con el Espíritu de las montañas, de los valles, de los bosques, de los animales y de las plantas.

Un aspecto fundamental de estos sencillos médicos-magos es, pues, la posibilidad de comunicarse con los elementales de las plantas, estableciendo con ellos una suerte de diálogo que les permite encontrar el tipo de sustancias vegetales que pueden utilizar para tratar determinadas dolencias de su pueblo; según sus propias referencias, este diálogo es llevado a cabo a través de las técnicas del éxtasis. Según los investigadores, hace miles de años, los estados místicos se alcanzaban por voluntad propia, mientras que actualmente, los chamanes han perdido mucho de su poder y necesitan utilizar plantas alucinógenas para realizar su labor; no obstante, es preciso reconocer en ellos un pasado de alguna manera vigente, un conocimiento intuitivo de la vida secreta de las plantas, y hoy la Ciencia actual ha vuelto sus ojos hacia ellos en busca de tratamientos más naturales. Sin embargo, esta Ciencia no alcanza a comprender que no es una mayor acumulación de conocimientos y técnicas lo que necesita aplicar, sino una concepción radicalmente distinta del Universo. Mientras tanto, allí estarán con nosotros estos sencillos seres que atesoran fabulosos conocimientos ante la soberbia e ignorancia de nuestro siglo.


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Información ofrecida por la Asociación Cultural Nueva Acrópolis - Málaga


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