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Indice

La moral en Confucio


Beatriz Diez Canseco Bustamante

INTRODUCCIÓN
Aproximarse al pensamiento de Extremo Oriente es toda una aventura que nos permite descubrir la gran­deza de la civilización que floreció a los pies de los emperadores hijos del Cielo.

Los designios del Cielo fueron transmitidos a los hombres por los primeros reyes divinos, que goberna­ron en la noche de los tiempos. Sus en­señanzas fueron atesoradas en el Li­bro de las Mutaciones o I Ching (Li-King), simbólica obra que resume en sus hexagramas las leyes que rigen la dinámica del orden universal que desde la más remota antigüedad reci­bió el nombre de Tao, es decir, la senda por donde transcurre todo lo existente en el Cosmos.

Tao es el principio, Tao es el sendero, Tao es el destino final de todos los seres. Mas Tao contiene dos aspectos consustanciales en él, opuestos y no obstante complementarios, dinámicos, e interdependientes: Ying y Yang.
Lo pequeño, lo oscuro, lo oculto, !o femenino es Ying; lo grande, lo claro, lo evidente, lo masculino es Yang.

Basado en el Ying y el Yang y sus múltiples combinaciones codifica­das en los 64 hexagramas, el I Ching guió no sólo la conducta de los hijos del Cielo y sus ministros, sino la vida toda en la luminosa civiliza­ción que creció en las riberas del río Amarillo.

Muchos siglos más tarde -obede­ciendo al cadencioso ritmo del Tao- la cultura y la profunda religiosidad del pueblo chino decayeron hasta tal punto, que la antigua vertiente de los sabios sublimes se fue separando en dos corrientes: metafísica la una y analítica y formalista la otra; conser­vando oculta la común esencia que en ambas siempre palpitó.

Fue así que seis siglos antes de nuestra era, frente al oscurantismo y barbarie reinantes brotaron en el má­gico escenario del Extremo Oriente dos maestros: Lao Tzu, que a través del Tao Te King mostró el camino de retorno al Tao, cósmico y metafísico, y Kung Fu Tzu (Confucio), que indi­có la vía formal del Jen Tao -la vía de los hombres- a través de la ética trascendente, en pos de la armonía perdida entre los hombres nobles y los hombres simples, para que volvie­ran los emperadores a conducir a su pueblo por el camino de las altas cumbres. Por el camino del Cielo.

Confucio nació en China, vivió y murió en China. No obstante, su obra no tiene fronteras, pertenece a todas las naciones, pertenece a todos los pueblos.

SITUACIÓN HISTÓRICA
Confucio, conocido como el sabio Kung (Kung Fu Tzu), aparece en el acontecer histórico a mediados del siglo VI a.C.; es considerado con­temporáneo de Lao Tzu en China, de Siddharta Gautama el Buda en la In­dia, y de Pitágoras en Grecia.

China se encontraba en su pe­ríodo feudal. Bajo la dinastía de los Tchou, el Imperio se descomponía en luchas internas entre los estados, marcando una época turbulenta y de caos político. En estas circunstancias surge la filosofía confuciana, con la finalidad de rescatar a la cultura y al pueblo chino del caos moral y político imperante. Confucio se apo­yó para esto en la más vieja tradición china, adaptándola a una época más humana y sentando las bases de un orden social fundamentado en las le­yes inmutables de la Naturaleza.

BIOGRAFÍA
La fecha de nacimiento no se co­noce con exactitud, pero según las fuentes más aceptadas nació en el año 551 a.C. Su lugar natal fue Kuo Hi, que estaba bajo la jurisdicción del duque Hsiang, responsable de todo el estado de Lu, a orillas del mar de China, entre los ríos Amarillo y Huai.

Confucio pertenecía a una noble familia cuyo origen se remonta al tiempo de la dinastía de los Chang. Sus inmediatos antecesores, guerreros y políticos, fueron todos hombres de valor, honorables y de excelente reputación. Los historiadores comen­tan el arrojo, la audacia y las proezas militares de su padre, Kong el ancia­no.

Este era padre de nueve hijas cuando nació Confucio. Diversos acontecimientos, sueños y presagios, se asocian al nacimiento de nuestro personaje, el deseado varón que falta­ba en la familia. Se cuenta así que, habiendo llegado su madre a estar fuera de cuenta, se retiró a una gruta que se le había indicado en sueños como lugar propicio para dar a luz a su hijo. Mientras su madre daba a luz, "dos dragones velaron toda la noche junto a la puerta de la mora­da... y las hadas encendían pebeteros de incienso que perfumaban el aire".

De su infancia se sabe muy poco. Se dice que gustaba de ?jugar a los sabios emperadores"; era un niño muy serio, y desde temprana edad arreglaba vasos rituales y procedía con los gestos adecuados, sin que nadie le hubiera enseñado, en las ce­remonias y sacrificios.

A los 17 años había adquirido gran reputación entre sus condiscí­pulos. No obstante, como su padre había muerto poco antes y su familia se hallaba en situación apurada, no le fue posible en un principio entre­garse únicamente al estudio. Comen­zó por ser vigilante de un almacén de granos en su distrito natal, y durante el año que desempeñó esta función, todo transcurrió en un orden perfec­to. Al año siguiente se encargó de los campos públicos, y bajo su administración el ganado estuvo siem­pre sano.

A los 22 años abandonó las funciones públicas para consagrarse a la enseñanza. Abrió sus puertas a todos los jóvenes que tuvieran sed de cono­cimiento. A todos los recibió bien, sin considerar a ninguno demasiado pobre ni demasiado humilde. Las únicas cualidades exigidas eran una mínima inteligencia e innegables de­seos de aprender. La enseñanza teóri­ca se alternaba con ejercicios prácti­cos, y por la tradición oral se expli­caban y desentrañaban textos clási­cos.

Uno de sus discípulos lo describe como "bueno sin pretensiones, cor­tés, ponderado y complaciente". La impresión general que dejaba era la de un hombre austero, casi ascético, al que repugnaban los elogios, firme en sus juicios, infatigable en el estu­dio como en la enseñanza, sólo into­lerante ante la estupidez y la pereza.

Confucio no fue solamente un sabio y un filósofo; práctico y rea­lista, supo ser
en la ocasión propicia un hombre de acción. Así, en el 500 a.C. accede a la primera magistratura del estado de Lu, y en poco tiempo aportó tanto orden a la ciudad que los visitantes que venían de to­dos los puntos del Imperio se sentían como en su propia casa.

La envidia llevó a los señores de los estados vecinos a conspirar con­tra Confucio, valiéndose de las debi­lidades del duque de Lu, quien olvi­dó sus deberes como gobernante. Entristecido Confucio al ver que un instante había bastado para destruir todos sus esfuerzos, realizados para asegurar al estado la dignidad que él soñara, abandonó sus actividades po­lítico-administrativas.
Pasó sus últimos años dedicado a estudiar y escribir; completó y ordenó los Cuatro Clásicos y compuso su Tratado de las Mutaciones (I King).

Cuenta la leyenda que en la pri­mavera del 480 a.C., en el curso de una cacería regia, fue capturado y muerto un animal extraño. Como nadie conocía ni la clase ni el nombre del animal, se llamó a Confucio, y éste horrorizado, comprobó, que se trataba de un unicornio. Según la tradición, este animal era tan bueno e inofensivo, que ni una hormiga ha­bría de temerle. Su aparición era, por tanto, presagio de una era de paz y prosperidad... ¡Y he aquí que unos ignorantes lo habían matado!

La interpretación de este relato nos descubre que el hombre sabio, si aparece en un momento inopor­tuno, termina por encontrar la muer­te. Confucio se sintió profundamente afectado por el hecho y exclamó: "¿Por quién viniste, pues?; ¿por quién viniste? ¡ay! Los días de mi en­señanza están contados..."
A los dos años de este suceso, murió.

PENSAMIENTO CONFUCIANO
Es mejor amar la verdad, que el frío conocimiento de la misma; es mejor complacerse en la práctica de la ver­dad, que el simple amor hacia ella.
Su doctrina, denominada "la religión de los ritos" (Li) o "la religión de la caballerosidad" (Ju), se caracteriza por su énfasis en lo moral y práctico, aplicado a lo individual y !o colectivo, sin descartar por completo lo metafísico. Su racionalismo se fundamenta en la mente superior (manas} como vía de acceso a la per­fección y, como consecuencia, a la felicidad.

Su filosofía, netamente humanista, sacraliza lo cotidiano, eleva el sentido de las costumbres, y las rela­ciones humanas adquieren misticis­mo. Su aspiración fue la de purificar y plasmar las formas de los fenóme­nos temporales según las más profun­das leyes de la vida y según el camino del hombre. Este camino conducía a la cultura, a una cultura que no esta­ba reñida con la Naturaleza, sino que había de ser armonizada y ordenada por esa misma Naturaleza. Mas que una religión, Confucio nos ha legado una filosofía práctica, profundamen­te pedagógica.

LA MORAL
La ética confuciana se basa en el auro nedio (la dorada armonía), en el equilibrio y armonización interior, que se verán reflejados en el hombre de bien (jen) a través de una conduc­ta moderada que evite los extremos; no apasionarse, no exagerar', no tener ímpetus y no tener arranques emo­cionales.
Confucio nos enseña que el Uni­verso sigue un orden, una armonía -a la que denomina "el camino del Centro" (chung)-, en cuya dirección debe también marchar el hombre. Esta ley cósmica es también regula­dora del comportamiento humano. Es decir, no sólo nos indica el sende­ro que debemos seguir, sino que tam­bién ajusta nuestras acciones a sus designios.

"El camino recto del Universo el centro; la armonía es su ley univer­sal y constante."
La virtud consiste por lo tanto en mantenerse con perseverancia en el centro (chung}.
"Cuando el centro y la armonía han alcanzado su máximo grado de perfección, la paz y el orden. reinan en el Cielo y la Tierra, y todos los seres alcanzan su total desarrollo."

El hombre alcanza la felicidad a través de la perfección interior, de la paz y serenidad inalterables. El hombre debe meditar y penetrar en la esencia de todas las cosas, dedicar toda su vida con diligencia y perse­verancia al descubrimiento del bien y la verdad.

El bien es el camino del centro, el equilibrio, la vibración en armonía con el Universo. El mal es artificial, antinatural; el hombre es arrastrado al mal por un error de juicio, por el predominio de la pasión sobre la razón.

LAS CINCO RELACIONES CARDI­NALES
1. De soberano a súbdito: benevo­lencia, que incluye espíritu público y piedad filial.
2. De padre a hijo: rectitud, que comprende valor; fraternidad, inte­gridad y pureza.
3. De hermano mayor a hermano menor: corrección, que abarca respe­to, solicitud, humildad y deferencia.
4. De esposo a esposa: conocimien­to, que incluye conocimiento de la naturaleza humana, de la Naturaleza en sí y del destino.
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5. De amigo a amigo: buena fe, que comprende verdad, sencillez, sinceri­dad y honestidad.

LA MORAL INDIVIDUAL
La vida del hombre moral es una verificación individual del orden mo­ral del Universo.

La moral individual es la base o clave del desarrollo humano; el mejo­ramiento colectivo y político parte de un mejoramiento del hombre en sí mismo, y para ello Confucio describe la imagen de un hombre modelo, un arquetipo: un hombre sabio, noble y superior.

Este hombre superior se encontraría en el verdadero caballero (tsun tzu), aquel que no se desvía jamás del recto camino, de la virtud. Su amor por la virtud, pues, está en íntima re­lación con su amor por la belleza, que es una suprema expresión de moral y equilibrio.

"El hombre sabio aspira a la perfección, el hombre vulgar, al bienes­tar,"
Los hombres más elevados son los que por nacimiento tienen la sabiduría (los santos o sabios subli­mes); aquellos que mediante el estu­dio y la recta conducta la adquieren, son los hombres superiores.

LA VIRTUD Y EL CAMINO DEL CENTRO /
Las tres virtudes capitales y uni­versales para poder recorrer el camino del centro son:
1. Prudencia del entendimiento.
2. Amor hacia todos los hombres.
3. Fortaleza de ánimo.
CUALIDADES DEL HOMBRE NOBLE
1. Digno y comedido en su vida personal.
2. Respetuoso con su príncipe.
3. Magnánimo con el pueblo.
4. Justo en la distribución de los trabajos públicos entre los ciudada­nos.
EL HOMBRE NOBLE SE HALLA LIBRE DE CUATRO ATADURAS:
1. No tiene orgullo.
2. No tiene prejuicios.
3. No es obstinado.
4. Carece de egoísmos.
EL HOMBRE NOBLE CAUSA UNA TRIPLE IMPRESIÓN:
1. Si se le observa de lejos, parece inasequible y serio.
2. Si nos acercamos más a él, parece sencillo y afable.
3. Si oímos sus palabras, parece intransigente y severo.
"Para el hombre noble, lo im­portante es la esencia y nada más."
MORAL SOCIAL. HUMANITA­RISMO
La esencia de la moral social para Confucio es el humanitarismo.
"El fundamento del amor uni­versal se halla en el hombre mismo."
"Del sentimiento de humanidad nace el desprendimiento."
"El sentimiento de humanidad consiste en amar a todos los hom­bres."
El principio fundamental del humanitarismo, o benevolencia univer­sal hacia todos los hombres, se encuentra según Confucio en la piedad filial, el respeto fraterno, la sinceri­dad y la lealtad.

Confucio propugnó la doctrina del Jen-Tao ("el camino del hombre de bien") y enseñó también que la conducta moral del hombre es la base del progreso social y la armonía uni­versal .

MORAL POLÍTICA
La moral política está dirigida al príncipe o gobernante y a los fun­cionarios que ejercen autoridad sobre el pueblo, con el objeto de reformar sus costumbres privadas y públicas, ya que sólo de esta manera es posible un gobierno justo y próspero.

El arte del buen gobernante con­siste en mostrar con una buena con­ducta y un buen carácter el ejemplo para los ciudadanos.

LAS VIRTUDES DEL GOBERNANTE
1. Cultivar su propia conducta.
2. Honrar a los hombres de valía.
3. Sentir afecto y cumplir sus deberes para con sus gobernados.
4. Mostrar respeto hacia los altos ministros de la nación.
5. Identificarse uno mismo con los intereses y bienestar de todo el cuerpo de servidores públicos.
6. Ser como un padre para el pueblo.
7. Estimular el cultivo, progreso y renovación de las artes.
8. Ser cordial y amable con los ex­tranjeros venidos de regiones distan­tes.
9. Interesarse por el bienestar de los príncipes del Imperio.
Podemos concluir entonces que la moral política se basa en una aris­tocracia, con una misión eminente­mente pedagógica.
"Gobernar es mantenerse correcto."
"Los gobernantes deben rodear­se de colaboradores que respondan a sus propios sentimientos; para que sus sentimientos estén inspirados en el bien público, es necesario que coincidan con las leyes del deber, y esta ley se encuentra en la virtud del humanismo, el principio de amor hacia todos los hombres."

BIBLIOGRAFIA
· Historia Universal, César Cantú
· Historia de China, Tsui Chi
· Culturas Orientales, Raúl Ferrero
· I Ching, Mirko Lauer
· I Ching. El Libro del Oráculo Chino, Judica Cordiglia
· Diccionario de Filosofía, José Ferrater Mora
· Lao Tsé y las Enseñanzas del Tao, R. Wilhelm
· Confucio. Los Grandes Libros, Antonio Zozaya
· Confucio, Juan Marín
· Confucio. Los Cuatro Libros Clásicos, Francisco Cardona y María Montserrat Martí
· Lao Tsé y Confucio, Samuel Wolpin
· Kung Fu Tse, Fernando Schwarz, Revista Nueva Acrópolis N* 5, Perú.
· Confucio, Revista Nueva Acró­polis N* 27, Perú


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