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La educación según Platón


David Terrén


Aquél que se acerca a las múltiples obras de Platón y que lo­gra conectar con sus escritos, no de­jará de percibir que se trata de una obra dedicada a los demás; siguiendo el ejemplo de su gran Maestro Sócrates, su obra está fundamentalmente dedicada a la educación del hombre, siempre orientada hacia una realización inte­rior, superior, es decir espiritual.

Resulta imposible hablar de Platón y su obra sin nombrar a Só­crates, su Maestro. Ese filósofo que nos lo imaginamos paseando por las calles de Atenas, rodeado de jóve­nes que se acercaban a él para escu­char sus conversaciones, incluidos muchos de los que luego fueron fa­mosos en la historia de la antigua Grecia.

El pensamiento de Sócrates y Platón se fusiona de tal forma, que nunca se sabe dónde termina el de uno y dónde comienza el del otro.
En toda la vida de Sócrates se aprecia un gran ejemplo de virtud en todos los aspectos, siendo este del ejemplo el mejor método de en­señar, pues decían los antiguos que no se puede enseñar aquello que previamente no se ha vivido.

Platón hace un homenaje a su Maestro dedicándole la mayoría de sus escritos, al mismo tiempo que relata parte de su vida. Platón, que según el mismo Sócrates fue su me­jor discípulo, hizo inmortal el nom­bre de su Maestro, que no llegó a escribir nada.

Aún hoy, al leer sobre su muer­te, en el momento de beber la cicu­ta, se nos conmueve el corazón viendo al agonizante consolar a sus discípulos y siendo este hecho la culminación de una vida digna de los grandes hombres de la historia.

Nos es necesaria una aclaración acerca del concepto de "virtud" en Grecia. La virtud o "arete" consistía en apropiarse de la belleza; el honor que era el premio de esa "arete", era el tributo pagado a esa destreza. Era preferible vivir un año sólo por un fin noble, que una larga vida para nada; preferible cumplir una sola acción grande y magnífica a una se­rie de pequeñeces insignificantes.
Es así que alcanzar esta "arete", era el propósito al cual debían vol­carse todas las energías del indi­viduo.

Platón dedica a cada una de las virtudes del Alma un libro en forma de diálogo. Entre una y otra obra da a entender, que todas estas virtu­des van cubriendo gradualmente un gran problema de conjunto, forman una gran unidad, en la que el primer paso resulta explicado plenamente por el último.

Platón demuestra en sus diálo­gos, que todo intento de definir cada una de estas virtudes por sí mismas, conduce necesariamente a la sintetización de todas ellas en una sola virtud, arrancando de la cual es posible conocer las demás.
Este se enfrenta por medio de sus diálogos a los sofistas y retóri­cos de su época, que eran los que entonces se encargaban de la educa­ción de la juventud y de los futuros gobernantes, siendo la educación de aquel entonces de trato privado por hombres maduros dentro del círculo de sus amistades. Pero aunque estos educadores mostraban una cultura muy elevada, no poseían una pro­funda vivencia interior; es más, vi­vían acomodadamente debido a lo que cobraban por sus clases, dedi­cando sus artes a justificar sus de­bilidades; haciéndose comerciantes de la enseñanza, enseñaban la virtud pero sin vivirla.


RELACIÓN CON PITAGORAS.
La filosofía de Platón es, sin duda, la más grande de la era precristiana. Reflejó fielmente en su expresión metafísica, el espiritualismo de los filósofos védicos que le precedieron en miles de años.

Vyasa, Jaimini, Kapila, Patanjali y muchos otros transmitieron sus indelebles huellas a través de los si­glos, por conducto de Pitágoras a Platón y a su Escuela.
También dicen los biógrafos de Pitágoras que éste hizo largos viajes; se menciona uno a Egipto y otro a la India, aunque se piensa que estu­vo gran parte de su vida en Egipto donde recibió enseñanzas de sus sacerdotes.
Amonio Saccas, el famoso neo-platónico de Alejandría, propulsor de la Escuela Ecléctica, enseñó que la doctrina secreta de la Religión de la Sabiduría, estaba enteramente contenida en los libros de Thoth (Hermes), de los que tanto Pitágo­ras como Platón derivaron gran par­te de sus conocimientos y filoso­fías, y que las enseñanzas de dichos libros eran las mismas que las de los sabios del remoto Oriente.

Platón confiesa que al enterarse de la existencia de un manuscrito de Pitágoras, sin dudar un momen­to, pagó buena parte de su fortuna para poder adquirirlo.
La escuela de Pitágoras prepa­raba a los discípulos en base al estu­dio de los números y de una psicología profunda, no desde un punto de vista exclusivamente intelectual, sino a través de una vivencia interna de los conocimientos y según una estricta disciplina.

Esta doctrina filosófica mate­mático-musical de Pitágoras, se ocupó grandemente de la juventud, formando sus caracteres a través de pruebas físicas, morales e intelec­tuales, sin hacer diferencia entre hombres y mujeres.
Al entrar en esta escuela, el período inicial consistía en cinco años de acusmáticos: escuchar sin hablar. Esta práctica, además de apaciguar la mente inquisitiva del candidato, le permitía captar real­mente las enseñanzas, y si superaba esta prueba de dominio, podía ha­blar, pero ya con cierto conoci­miento.

Fue en general una escuela de costumbres austeras, refrenando las inclinaciones instintivas, tanto en el vestido, como la gula, afán de rique­zas, etc.
Este es, pues, el fenómeno que Pitágoras trae a Grecia: la creación de escuelas filosóficas, que muchos otros buscadores de la verdad conti­nuaron, abriendo sus propias escue­las; también nos dejó la aplicación de métodos psicológicos para poder conformar el alma del joven.

MÉTODO DE EDUCACIÓN PLATÓNICA.
Platón quiere que se comience por la formación del Alma, es decir por la Música en el sentido amplio de la palabra, que abarca todo lo referente al saber de las Musas.

Tanto en "Las Leyes" como en "La República" deja ver Platón que lo esencial en la educación es hacerla partir desde la infancia, desde la fase más temprana y más tierna de la evolución del hombre, en que es más fácil moldearlo.
Por lo tanto, nada menos ade­cuado que la despreocupación con que se cuentan a los niños historias sobre cualquier clase de hombres. Platón sostiene que los cuentos y le­yendas deben ser vigilados, pues de­jan en el alma del niño una huella duradera.

Así, pues, se buscarán las pa­labras de un hombre ordenado y valeroso, que se regularán según el ritmo y la armonía. De igual forma haremos con todas las demás artes, logrando un acuerdo con la gracia y la sencillez, donde la bondad y la belleza se complementen. Por tan­to, los poetas sólo deben cantar a los jóvenes los bienes del alma co­mo los más estimados, es decir, las virtudes superiores como la tem­planza, virtud que reside en el do­minio de las bajas pasiones e instin­tos. Inculcándole esta clase de cuali­dades por medio de estas artes que llevarán consigo la gracia y la armo­nía, sus poemas no serán sino ejem­plos de buenas costumbres.

Según este criterio, se prohibirá a los artistas representar al vicio en sus artes, ni tampoco la intemperan­cia, la bajeza ni la indecencia. Este detestable pasto que se aparta de la virtud, por medio de imágenes nu­tre diariamente, llegando a fuerza de dosis pequeñas pero repetidas de hierba tan venenosa, a engendrar sin advertirlo, una gran corrupción en el alma.

Se promoverán artistas capaces de seguir lo bello y armónico, de modo que los jóvenes, criados entre hermosos ejemplos, viviendo al aire puro, reciban por ojos y oídos salu­dables impresiones que les induz­can desde la infancia a amar e imi­tar lo bueno. De esta forma alabarán cuanto sea hermoso, y sentirán al mismo tiempo desprecio por todo lo feo desde la más temprana edad, incluso antes de poder valerse de la ayuda de la razón.

Los niños aprenderán a hacer ofrendas a la Divinidad, a respetar a los padres, y luego, ya mayores cui­daran a los ancianos con el respeto que se merecen. También es conve­niente cuidar aquello que no deben ver los jóvenes en los viejos, por lo que será necesario que los mayo­res den siempre ejemplo.

Por consiguiente, si un hombre reúne en sí una gran hermosura de Alma, y en lo exterior perfecciones corporales correspondientes a su carácter, es decir, lo interno y lo externo en perfecta armonía, está asimismo en armonía con la Natu­raleza y el Universo todo, y este es el espectáculo más bello que pue­da contemplarse.

Como conclusión, el fin de la Música es conducir al Alma al amor por lo bello.

¿Puede el abuso de los place­res dar cabida a la templanza y la virtud? ¿Y hay placer más grande que el del amor? Y el amor que va conducido de la mano de la razón, es amor sabio y regulado, es ordena­do y bello, y no son propios de este amor ni la locura ni la incontinencia.

LA GIMNASIA EN LA EDUCACIÓN.
En esta forma de educación como en todas las antes menciona­das, participan por igual las mujeres y los hombres.

En primer lugar, se cuidarán las comidas; no se tomarán manjares en exceso, ni tampoco es conveniente aficionarse a los dulces que vuelven glotones a los hombres, pues todos estos detalles aparentemente insig­nificantes, van en contra de una buena salud; tampoco se permitirá el alcoholismo.

Al igual que la sencillez en la música llena el Alma de templan­za, del mismo modo la gimnasia hace al cuerpo sano.
Cuando los desarreglos entre los hombres y las enfermedades se desarrollan, es preciso abrir muchos tribunales y al mismo tiempo hos­pitales; del mismo modo que cuan­do el hombre se aparta de lo senci­llo, surgen los enredos y los pleitos, es vergonzoso que justamente por abandonar este régimen sencillo de comidas, nazcan enfermedades in­necesarias.

El verdadero sentido de la gim­nasia es desarrollar preferentemente la fuerza moral a la fuerza física. Es común ver que aquellos que se en­tregan únicamente a la gimnasia, lle­gan a adquirir una brutalidad exce­siva, al igual que quienes cultivan únicamente la música, llegan a una blandura degradante. Es así que pa­ra no crear excesiva blandura ni dureza, hay que armonizar la una con la otra y volver el Alma templa­da y valerosa.

No debe, pues, el hombre des­cuidar las musas ni las ciencias, pues poco a poco se convertiría en violento, grosero y salvaje, privado de armonía y gracia.
Platón expone en sus escritos que se deben practicar la equita­ción, marchas, la vida en campa­mentos, las comidas en común, el adiestramiento con el arco, los dar­dos, etc., y toda una serie de juegos guerreros para mantener en forma a los jóvenes.

También entrará dentro de la educación gimnástica la danza de dos tipos: la una pírrica y la otra eumelia, con las que se desarrollan la gracia y la elegancia, pues dice Platón que si para tornar las Almas bellas se necesitan cantos bellos, del mismo modo, para lograr cuerpos bellos y con movimientos armóni­cos son necesarias danzas bellas.

También es conveniente educar los dos brazos y manos por igual, pues de lo contrario es como si es­tuviésemos mancos, desaprovechan­do la mitad de lo que la naturaleza nos da.

FINALIDAD DE LA EDUCACIÓN.
Toda Alma lleva en sí la facul­tad de aprender, y un órgano desti­nado a tal uso.
Es así que en el Alma hay cier­tas facultades que se pueden adqui­rir mediante la educación y la cul­tura; pero esta otra facultad de co­nocer tiene que estar impregnada de lo divino, para ser útil y ventajo­sa, pues puede darse el caso de que se desvíe, ya que es común ver a malhechores listos, que con gran penetración de su alma inferior, ven lo que les interesa.

Desembarazada del peso de los placeres, el Alma de los hombres se volvería hacia la Verdad, y la vería con la misma nitidez con la que ve las cosas habituales.

De tal manera las gentes sin educación y sin conocimiento de la Verdad, no son las indicadas para gobernar; en cambio, les haremos inclinarse por las ciencias, siendo la más sublime de todas la que nos acerca al conocimiento del Bien.
En el gobierno propuesto por Platón, dirigirán los verdaderamente ricos, pero no en oro, sino en virtud y sabiduría, únicas riquezas necesa­rias para ser feliz. ¿Cómo formar a los hombres? ¿Cómo hacerles pasar de la nada al todo?

Para elevar el Alma de las tinie­blas que la rodean a la verdadera luz, es decir, elevarla hasta la reali­dad del Ser, es preciso buscar entre las ciencias las que tengan este po­der. ¿Cuál es la ciencia que lleva de lo que nace a lo que es? Apunta­mos que la educación se basa en la gimnasia y en la música: la gim­nasia se aplica a lo que nace y mue­re, ya que se preocupa del creci­miento y decadencia del cuerpo. Y la música comunica al Alma un adecuado orden gracias a la armonía, regularidad a sus movimientos me­diante el ritmo, así como ciertas ventajas análogas en lo que a los discursos atañe.

ARITMÉTICA.
La aritmética es aplicable a to­das las artes, a todas las operacio­nes intelectuales, a todas las cien­cias; ella es la ciencia de los núme­ros y del cálculo, a la que toda cien­cia o arte se ve forzada a recurrir.
Y es posible que esta ciencia nos conduzca naturalmente a lo que buscamos: la inteligencia pura y la elevación hasta el Ser.

El examen de la unidad ofrece siempre contradicción, pues nos pa­rece más de una; es entonces cuan­do empezamos a hacer averiguacio­nes, y se pregunta el Alma qué pue­de ser esa unidad en sí misma; esto induce al Alma a volverse hacia la contemplación del Ser.

Esta propiedad resultante de la contemplación de la unidad, la po­see el Alma en el más alto grado, pues es indudable que vemos una misma cosa una y múltiple a la vez, hasta el infinito.

Luego, esta es la ciencia capaz de acercamos y conducimos a la ver­dad,
pudiendo así el filósofo alcan­zar la esencia de las cosas, salirse del simple círculo de lo perecedero, y facilitar el paso del mundo sensible a la verdad esencial de ese mundo.

GEOMETRÍA.
Esta ciencia es aquélla de la cual siempre se oye hablar de cuadrar, de construir sobre una línea dada, de añadir y de otros términos seme­jantes, es decir, se la cultiva de ordi­nario teniendo únicamente en cuen­ta el conocimiento.
Pero habría que cultivarla para conocer lo que siempre es, y no aquello que en un momento dado nace y perece. Luego, la geometría lleva al conocimiento de lo que exis­te siempre, y es apropiada para vol­ver el Alma hacia la verdad.

ESTEREOMETRIA.
Antes de referirse a los sólidos en movimiento, se verán los sólidos por sí mismos. Esta ciencia está contenida en los cubos y demás ob­jetos que tienen profundidad: estu­dia la dimensión de profundidad.

ASTRONOMÍA.
Esta ciencia obliga al Alma a mirar hacia las alturas y pasar de las cosas terrenas a la contemplación del cielo.
Esas infinitas constelaciones del firmamento están bordadas en una materia visible; pero lo que hay de más hermoso en ellas son las ver­daderas constelaciones y los movi­mientos según los cuales surge la verdadera velocidad y la verdadera lentitud, de acuerdo con el verdade­ro número; todas las verdaderas fi­guras se mueven en relación mutua y mueven al mismo tiempo lo que está en ellas, cosas todas ellas per­ceptibles mediante la razón y la in­teligencia, pero no por la vista.

Luego es bueno servirse de los preciosos ornamentos del cielo co­mo ejemplos para llegar al conoci­miento de las cosas invisibles.
También se dedicará interés al estudio de relaciones de los días y de las noches a los meses. De los meses a los años, y de los demás as­tros al Sol y a la Luna, para lo que se utilizará la astronomía lo mismo que la geometría.

ARMONÍA.
El movimiento, además de la astronomía, ofrece otra forma no despreciable, pues así como los ojos han sido formados para la astrono­mía, los oídos lo han sido igualmen­te para el movimiento armónico, y ambas ciencias son hermanas al de­cir de los Pitagóricos.

Con respecto a los músicos pues, no habrá que dejar que den más crédito de juicio a los oídos que al espíritu.
Todas estas ciencias, en su in­tención de buscar lo Bueno y lo Be­llo, demuestran sus relaciones y pa­rentesco que guardan entre sí y la naturaleza de los lazos que las unen.

DIALÉCTICA.
Esta ciencia puramente inteli­gible puede ser comparada por el órgano de la vista que, como hemos dicho, ensaya primero mirando a los seres vivos, luego los astros, y fi­nalmente al propio Sol. Asimismo, el hombre ensaya mediante la Dia­léctica sin recurrir a ninguno de los sentidos, sino simplemente valién­dose de la razón, hasta alcanzar la esencia de las cosas. Y no se detiene hasta haber aprendido sólo por la inteligencia la esencia del Bien; llega al límite de lo inteligible, como la vista llegaba al término de lo visible.

El fin de todas estas ciencias es elevar la parte más noble del hom­bre hasta la contemplación del más excelente entre los seres.
Del mismo modo que el más penetrante de entre los órganos del cuerpo, se eleva en el mundo mate­rial y visible, hasta la contemplación del objeto más luminoso, sólo a los espíritus versados en todas las demás ciencias, es capaz de descubrírseles el Ser. La dialéctica es la ciencia ca­paz, en toda materia, de apoderarse metódicamente de la esencia de las cosas.

El método dialéctico es el úni­co que, rechazando sucesivamente la hipótesis, se eleva hasta el propio principio, con objeto de asegurar sólidamente sus conclusiones.

Por lo tanto, desde la infancia es preciso estudiar la aritmética, la geometría y todas las ciencias que deben preceder a la enseñanza de la dialéctica, y dar a las lecciones una forma tal que no deje traslucir la menor violencia, y hacer que el aprendizaje y la educación sean en principio un juego.

EDUCACIÓN POR EDADES.
De los tres a .los seis años son necesarios los juegos. La instrucción a partir de los seis años se efectuará separando los sexos. Con respecto a las letras y a su escritura, se imparti­rá de los diez a los trece años; desde los trece a los dieciséis aprenderán a tocar la lira: con ella y las diferen­tes combinaciones de armonía, can­tarán los jóvenes y se introducirán suavemente en la virtud.
De los diecisiete a los veinte años hay un período de instrucción de gimnasia obligatoria; durante este plazo descansará la educación espi­ritual, pues las fatigas y el cansancio no son compatibles con el estudio.

La educación espiritual debe reanudarse a los veinte años; después vienen diez años de iniciación en la Dialéctica; de los treinta a los trein­ta y cinco se destacarán quiénes son capaces de sobreponerse a las per­cepciones de los sentidos y penetrar hasta el mismo Ser.

De los treinta y cinco a los cua­renta y cinco cumplirán deberes mi­litares y todas las funciones propias de los jóvenes, con objeto de no re­sultar inferiores a los demás, y com­probar si permanecen Firmes contra las tentaciones.
A la edad de cincuenta años, los que hayan superado todas las pruebas y se hayan distinguido en todos los trabajos físicos y las cien­cias, habiendo percibido el bien en si, servirán de modelo, para regla­mentar la vida de la ciudad, de los ciudadanos y la de ellos mismos, sin dejar por ello de consagrar a la fi­losofía la mayor parte de su tiem­po. Cuando les corresponda, afron­tarán los sinsabores de la política y tomarán necesariamente el mando, sin otro interés que el bien público, y ni siquiera como un honor sino como un deber indispensable.
Es así como poco a poco des­aparece el divorcio entre poder y sa­biduría, pues en este Estado los go­bernantes son como padres celosos de que sus hijos se encaminen al conocimiento del Bien, que es la esencia de toda virtud.

Estos gobernantes -dice Pla­tón- deben ser para el Alma, lo que los médicos son para el cuerpo: de­ben mantenerla sana y
apartar de ella la injusticia, siendo la justicia la salud del Alma. En comparación a lo que es la medicina para el cuer­po, es la ciencia del Bien para el Alma.
La idea fundamental es, sin du­da, que ni el Estado ni la sociedad humana mejorarían mientras los fi­lósofos no se erigiesen en gobernan­tes, o los gobernantes se convirtie­sen en filósofos.

Por medio de esta educación cabe la posibilidad de alcanzar esa tan soñada libertad, que no es sino el conocimiento de uno mismo, pues sólo el que se conoce y vence dentro de si sus propios monstruos salvajes -es decir, sus instintos- es sabio y se acerca a la Divinidad.

Platón aclara que lo importante es dar al hombre lo mejor para él y no lo que pueda parecerle más agra­dable, como ser la satisfacción de todos los deseos que le apetecen; hay que llevar al hombre a la civili­zación, aunque sea a pesar suyo.

"Nadie yerra voluntariamente": esto lo vemos repetido en varios de sus escritos. La voluntad no puede querer nunca el mal sabiendo que lo es, puesto que la voluntad humana tiene un fin, y no es justamen­te el de destruirse ni dañarse, sino el conservarse y construirse; es así que se dirige al Bien, siendo los simples apetitos una aspiración al logro de bienes aparentes.
También conviene atender a la etimología de la palabra educación, equivalente a "educir": sacar, des­pertar lo que yace dormido en el fondo ignoto de nuestra conciencia.

De esta manera, Platón desper­taba aquellas ideas que todos hemos recibido de la Naturaleza, liberando al mismo tiempo las Almas que ya­cen como en prisiones, arrojadas en su cuerpo físico, anhelantes siempre sin embargo de volar. La educación promueve el nacimiento a una se­gunda vida, en cuerpo espiritual, a la manera como nacemos del claus­tro materno a esta nuestra actual vi­da física.

Y qué mejor final que referir aquella frase que dijo la también Maestra H.P. Blavatsky, en cierta ocasión:
"DE PLATÓN ACÁ, TODO EL PENSAMIENTO OCCIDEN­TAL ES PLATÓN".


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