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La Disciplina


María José Reina Navarro

(La palabra ?disciplina?, tan despreciada en el mundo de hoy es, sin lugar a dudas, uno de los valores morales más olvidados y al mismo tiempo más necesarios al hombre.

Apoyándose en ejemplos naturales y sencillos, la autora trata de limpiar de este concepto toda la herrumbre y polvo que se ha venido depositando sobre él).

Etimología: del latín disciplinari. Doctrina, instrucción de alguna persona, especialmente en lo moral. / Arte, facultad o ciencia./ regla, orden y método en el modo de vivir. Tiene mayor uso hablando de la milicia y de los estados eclesiásticos, secular y regular.

Historia. La disciplina sirvió antiguamente en los claustros como instrumento de penitencia y de castigo.

La disciplina es la base para que todo sistema, toda educación, todo trabajo, todo arte, etc., y en fin cualquier cosa, pueda llegar a funcionar.

Cuando hablamos de disciplina, generalmente la consideramos como una técnica específica del ser humano que es aplicada a colectividades que poseen un fin más o menos en común. Pero esta simplista definición implica que no nos damos cuenta de que todo lo que está alrededor nuestro, por encima de nuestras miradas y por debajo de nuestros pies, tiene disciplina. Quizás si alguna vez faltase esta disciplina, comprobaríamos inmediatamente que algo no funciona porque generalmente hace falta carecer de una cosa para darse cuenta de que se tenía.

Todo en la vida, desde las plantas y los animales hasta el sistema solar, tiene una disciplina, de lo contrario no podría darse la convivencia en conjunto de los distintos elementos dentro del cosmos en cuanto tal (es decir: orden, por oposición a caos: desorden). Y el ser humano no es un caso excepcional.

El Sol sale cada mañana puntualmente, la luna sale cada noche, las estrellas brillan... O sea, tienen disciplina y constancia, cosas ambas de las que los hombres solemos carecer.

Sucede que los hombres nos creemos más complejos (por no decir más ignorantes) que el resto de formas de vida en lo que concierne a la disciplina. Creemos que el orden y el método van a quitarnos nuestra libertad. Creemos que somos libres haciendo lo que queremos (olvidando así cuán pocas veces actuamos según nuestra propia conciencia). No nos queremos dar cuenta de que la disciplina interna nos da más libertad para poder actuar conforme pensamos y sentimos. Tener disciplina no es tener grilletes: es poder exigirte a ti mismo cada vez más.

La disciplina debe empezar por uno mismo. Pero no podemos pretender ser disciplinados de repente y de forma impecablemente continuada desde el momento que abrimos los ojos para levantarnos hasta que apagamos la luz para dormir, en el trabajo, en el estudio y en cualquier mínimo detalle. No. Debemos empezar quizás con las cosas más pequeñas para poco a poco ir ampliando el campo. Pero debemos también tener cuidado en afirmar con prisas eso de ?yo soy disciplinado?. Sí, lo somos, pero con las cosas que nos gustan o son nuestras... y con lo demás, ¿qué?

La disciplina conlleva un orden y un control para alcanzar una perfección máxima. Sí, es un trabajo muy penoso y muy poco practicado; supone esfuerzo, saber callar y poner en práctica un difícil concepto: el respeto.

Quizás el problema es que nos falta humildad en nuestros actos y sobre todo en nuestras palabras; no sólo no somos capaces de reconocer que no sabemos nada, sino que creemos que ya sabemos demasiado. ¿Porqué nos resulta a veces tan humillante extender una mano vacía y pedir un poco de calor y conocimiento?. ¿Creemos acaso que eso nos supondrá tener que agachar siempre la cabeza y ser sumisos ante nuestro dador?. Y cuando nuestras manos se han llenado un poquito, ya consideramos saberlo todo y no necesitar más de nadie. El ser agradecidos se nos presenta como si fuera la entrega de nuestros derechos y libertades, y el ser disciplinados, como convertirnos en esclavos.

Sin embargo, constantemente le ?exigimos? a la Naturaleza. Nos enfadamos cuando llueve en verano; nos irritamos cuando tropezamos con un zapato que no es nuestro ? o a lo mejor sí -; nos aterramos cuando salen malformaciones en los animales o en los humanos; pero no nos aterramos ni nos irritamos con nuestros continuos desórdenes y malformaciones.

Es fácil exigirle disciplina a los demás. Consideremos, si no, cómo actuamos con nuestro perro: intentamos domesticarlo, les regulamos el horario para hacer sus necesidades, las gracias que tiene que hacer delante de los amigos, el que vaya con collar y el que ande a nuestro lado..., y si no lo hace, le demostramos su ?error? pegándole y gritándole. Queremos que el perro entienda que es para su propio bien esa disciplina. Pero esos mismos razonamientos no los aplicamos a nosotros. ¡Qué fácil es empezar por las cosas que no nos atañen directamente!

La disciplina interior es básica para la convivencia con los demás; sin ella no puede darse la armonía necesaria para que exista el conjunto. Mientras no exista esa disciplina interior, no podrá existir la disciplina exterior, y menos aún en el nivel de una colectividad.

Si realmente nos propusiéramos cada uno empezar a ser disciplinados desde este momento, las cosas empezarían a funcionar mejor en todos los sentidos. Pero a menudo las palabras quedan en el aire...

La falta de disciplina, y lo que ella conlleva en nuestra sociedad, es uno de los factores principales que explica ese abismarse individual en lo más bajo de cada uno de nosotros. Estamos perdiendo los conceptos y los valores reales de cada cosa, ensalzando los instintos más ?animales? que todos tenemos.

La disciplina es la base de toda educación: de ella devendrán, algún día, los verdaderos hombres y mujeres. Pero esa educación ya no existe. Ya no se le enseña a un niño qué es justicia, pero sí cómo aprovecharse de los demás; qué es belleza, pero sí qué es pornografía; qué es un ideal, pero si a malvivir.

Mientras los cimientos de nuestra sociedad sigan resquebrajándose y no sepan los hombres ver en la luz de las estrellas, esta era en la que estamos seguirá congelándose cada vez más... Pero mientras haya gente que crea en el poder de la Alquimia, en la posibilidad de convertir el plomo en oro, no se perderá la esperanza de unos nuevos cimientos ni tampoco de un gran sueño: el nuevo ser humano.


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