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Historia de la Magia


Delia Steinberg Guzmán


Si tuviésemos que extendernos sobre la Historia de la Magia y referirnos a ella desde sus comienzos -o por lo menos desde aquellos comienzos que podemos alcanzar- hasta hoy, esto nos llevaría muchísimo más tiempo del que disponemos. Intentaremos, pues, hacer una síntesis para explicar qué es lo que todos los pueblos, a lo largo de todos los tiempos, han comprendido y han aplicado como Magia.

La Magia se podría explicar con sólo dos palabras: «Magna Ciencia».
Factores Integrantes

Cuáles eran los componentes de esta Magna Ciencia para los antiguos? El primero es un factor de tiempo, difícil de comprender. No se "hace" un mago, ni un sabio -y permitidme que los use como sinónimos- en quince días, ni en un mes, ni en un año. El llegar a ser sabio, el llegar a ser mago, requería en la Antigüedad mucho tiempo; una larga elaboración, una transformación que se realizaba a medida que el individuo iba creciendo, evolucionando.

Otro factor era el trabajo. No surge un sabio por una "inspiración divina" que, de pronto, lo hace conocedor de todas las verdades. Se requiere trabajo, esfuerzo, dedicación, constancia, perseverancia, y cuantas virtudes impliquen trabajo. De ahí que tiempo y trabajo, unidos, podían conformar un mago. Un mago que tiene que comenzar por sortear, a lo largo del camino, múltiples pruebas, vías de probación de su real capacidad. Una de ellas es aquella tan simple que dice: «Conócete a ti mismo».

Para la magia antigua no había conocimiento posible de la Naturaleza, sin un previo conocimiento de sí mismo del que pretende lanzarse hacia la Naturaleza. El «conócete a ti mismo» no es tan sólo saber quién soy, cómo soy, qué hago, qué me gusta o qué no me gusta; es un proceso de purificación, en el que no se trata de conocer tan sólo la parte superficial y externa del hombre, sino de conocer lo mejor del hombre. Y para conocer lo mejor hace falta purificación.

Otro paso en el camino del mago, era -aunque parezca paradójico- el silencio, la reflexión. Porque cuando la mente calla y las preguntas se apaciguan, se abre una forma de sentido interior, que permite ahora sí, captar de una manera más sensata, más tranquila, más profunda.

Y por último, había otro factor esencial en la magia: la dación, la generosidad. No se concebía un estudiante de magia, un aspirante a la sabiduría, que no compartiese con todo su corazón aquello que iba aprendiendo; no se concebía el egoísmo de encerrar el conocimiento dentro de uno mismo y no poder vertirlo hacia afuera, no poder entregarlo sanamente.

El ocultismo con que se ha rodeado la magia en toda la Antigüedad, responde a un propósito: que los conocimientos no dañen al ser entregados, sino que beneficien. Todo ha de ser gradual, pausado; y todo ha de ser entregado en el momento en que el hombre lo necesita, y, sobre todo, pueda comprenderlo.

Para la magia, el sentido de la vida es evolución, crecimiento; es superación constante, es lograr que cada hombre, en su medida, dentro de sus particularidades, encuentre el lugar exacto donde pueda desenvolverse lo mejor posible y rendir lo mejor de sí mismo. Si se logra ese proceso individual, mágicamente este ser humano se ha incorporado en ese gran complejo que llamamos Universo.
Algo de historia

Revisando un poco, recordemos, por ejemplo a la vieja China. Pueblo tan antiguo, civilización tan milenaria, que para los arqueólogos, cuanto más se excava, más "Chinas" se encuentran. En China, desde épocas inmemoriales, hubo un especial desarrollo de la magia y, sin referirme a sus orígenes remotos, mencionaré a dos grandes filósofos y magos chinos que condensaron en sus enseñanzas lo mejor de su sabiduría.

Uno fue Confucio y el otro Lao-Tsé. Confucio es el prototipo de la magia, del ritual, del orden, de la organización, de todo lo que debe estar en su sitio y en su justa medida. Confucio es la ceremonia encarnada. Para él, cada acto del hombre, cada acto de la vida es una ceremonia que el hombre ofrenda a los dioses. Así, nada puede estar fuera de lugar, nada puede estar fuera de su sitio; todo tiene un "porqué", una razón de ser. Confucio nos habla, pues, de la magia de la unión y de la magia del rito. Recordemos que la palabra "religión", significa justamente "re-ligare", unir aquello que decía Confucio: el rito-Hombre al rito-Dios.

Y otro gran sabio, Lao-Tsé, se fundamentaba en la magia del "Tao"; el Tao es el camino, es el sendero. No es un sendero físico. Hay una sola frase de Lao-Tsé que lo resume: "el sendero es el sendero y algo más". ¿Qué es ese "algo más"? Es tan simple como aquel que camina por el sendero, pues no hay sendero si no hay caminante; el sendero surge bajo los pies de aquel que lo recorre y entonces se genera la magia, una magia de evolución, una magia de crecimiento.

Si nos vamos de China y penetramos en India, ¿qué magia y qué sabiduría no encontraremos? En sus famosos Vedas, y en especial el "Rig-Veda" -el más antiguo de ellos- se incluyen ceremonias para oficiar al Fuego como Primer Principio, como Chispa, como Luz que se abre en las tinieblas. Ese primer Dios que no tiene forma ni nombre, ni tiene posibilidad de ser captado por la mente humana, pero que sin embargo, es la Primera Luz que se ha abierto en el mundo manifestado.

En India, una religión de todos conocida, el Budhismo, encierra su propia magia. El Budha habló de una Gran Rueda, de la Rueda que la Primera Acción del Hombre puso en movimiento, pero que cuando el hombre haya aprendido el secreto de la acción, dejará de moverse. ¿Qué implica esta doctrina? Que todos los actos humanos están encadenados, obedecen a una causa y generan un efecto. Por lo tanto, todos los actos humanos, en su concatenación, ponen en movimiento esta rueda que el Budha llamó "La Rueda de la Ley", en la que cada acto viene de uno que es anterior y va hacia otro que es posterior, en la que nada hay que esté desunido, desencadenado.

Aquí la magia está -como explicaban sus discípulos y como el Budha les explicó a ellos- en poder detener alguna vez esta Rueda. Detenerla de una manera simple: aprender el secreto de la acción, aprender que la acción se realiza por deber, no por recompensa. La recompensa puede venir o no y, lógicamente, va a venir; pero no es la recompensa lo que debe preocupar al ser humano. Mientras haya afán de recompensa, la Rueda se sigue moviendo y, mientras se sigue moviendo, el hombre sigue luchando, sufriendo, padeciendo, y angustiándose.

Enseñó el Budha que hay una magia en la Cadena Humana. Todos los hombres conformamos una enorme cadena y en esta cadena, todo ser humano está unido fuertemente a aquel que está más arriba y a aquel que está un paso más abajo, no significando con ésto desigualdades -tal como hoy las entendemos en cuanto a desigualdades sociales- sino con otro criterio. El criterio de que todo hombre tiene un Maestro al cual debe unirse hacia arriba, y tiene también un discípulo al cual amorosamente puede atraer hacia sí.

Y, cómo no referirnos -aunque sea muy brevemente- al que solemos llamar el País de la Magia. El nombre de Egipto ya es mágico. Este nombre con el que hoy lo conocemos, no es el verdadero. Los egipcios llamaban "Kem" a su tierra; luego, los griegos la llamaron "Egipto", que significa escondido, oculto, misterioso.

En Egipto todo es mágico. Egipto logra la fusión del Macrocosmos en el Microcosmos. Egipto infunde todas las maravillas del Cielo en la Tierra. Las infunde de tal suerte, que hasta su división geográfica, su división en provincias con sus nombres, el recorrido del Nilo, todo, obedece a un esquema y a un recorrido que está trazado en el Cielo.

El Nilo, río que Herodoto llamaba el Don de Egipto, no era un solo Nilo. Había un Nilo celeste y un Nilo terrestre. Si las aguas discurren arriba, también lo hacen abajo; si el mundo vibra arriba, el mundo vibra abajo. Tanto es así, que una de las más famosas enseñanzas herméticas nos recuerda: "Así es abajo como es arriba".

Egipto logra plasmar esta magia, no sólo en sus dioses infinitamente profundos, misteriosos, sino que lo hacen también en la medicina, en el arte, en la distribución de sus hombres, en el trabajo. No hay ninguna actividad que no sea mágica. Los que reman tienen su mágica canción que hace mover los remos con mayor facilidad; los que siembran tienen una mágica canción que hace que la semilla crezca con mayor facilidad; los que cortan la piedra tienen su mágica canción para que la piedra sea cortada en el justo lugar.

No hay fiestas casuales; la primavera tiene su ritmo, el verano tiene el suyo, y el invierno y el otoño también. El egipcio aprendió la magia de que su casa, aquella en la que vive, puede ser pequeña y pobre, puede ser de barro y paja; mas la Casa donde viven sus dioses es fuerte, es de piedra, resiste los embates y las tormentas. Todavía hoy nos admiran sus pirámides, y nos seguimos preguntando cómo fueron colocados sus enormes bloques. Existen hipótesis diversas, variados estudios acerca del tema, pero hay una cosa que es cierta e inamovible: las pirámides fueron construidas por la magia de un pueblo que aprendió a trascender el tiempo.

Otro pueblo muy antiguo es aquel del que surge Zoroastro, que luego se transfunde en las costumbres de los medos y de los persas. Son los antiguos "Mags", cuyo nombre se asemeja tanto al de "magia". Tenían ellos un especial culto al Sol, desgraciadamente mal interpretado, puesto que los antiguos Mags aclararon siempre que ellos no adoraban al sol físico -el que además da luz y calor- sino que adoraban a un Sol Central, a un Sol de Verdad y de Justicia que está más allá del cuerpo del Sol.

Explicaban los «Mags» que si nosotros, que somos tan pequeños, tenemos un cuerpo que es apariencia y que sirve para cubrir un alma que es profunda y grande, ¿cómo el Sol que es tanto más grande y tanto más luminoso que nosotros, no ha de tener un alma detrás del cuerpo que nos ilumina? Adoraban, pues, al Alma del Sol, aunque su cuerpo dé luz y calor. Adorando al Sol, adoraban al Fuego, al rayo, a la luz, y todo aquello que significaba manejar la luz, el calor, el fuego, la electricidad. Pensaban que en este elemento, en el elemento Fuego, estaba la magia más profunda, que luego iba descendiendo hacia los otros tres elementos: el Aire, el Agua, la Tierra; hasta que, finalmente en la Tierra, quedaba en manos de los hombres, un poco ensombrecido y empobrecido, pero Fuego al fin.

Y, ¿cómo no hablar de Grecia? Si tuviésemos que sintetizar la magia de Grecia en una sola palabra, esa palabra sería "Belleza", "Armonía". Hay en todo lo griego, desde la más remota Antigüedad hasta la época helenística, un sentido de Belleza y Armonía, que no sólo tiene que verse en la forma, sino en el hombre que persigue la Belleza y la Armonía, porque aquel que busca, está tratando de buscar no sólo en la forma, sino lo que está más allá de la forma.

Desde remotas épocas, hay un mito que trata de la magia del hombre; es el mito de Prometeo. Este Prometeo que valientemente se asoma al 0limpo y roba el Fuego de los dioses para entregarlo a los hombres con el fin de que éstos puedan también tener "comprensión".

He aquí una de las claves del mito que, llega a una de las magias más serias, insertada en la simbología de todas las civilizaciones. El hombre está adormilado, adormecido, atemorizado, sin conocimiento; el hombre se siente pobre, desvalido, triste hasta que Prometeo, que simboliza a los Padres de la Humanidad, desciende, trae el Fuego, enciende de vida consciente al ser humano. El se arriesga ante los mismos dioses por el acto que acaba de cometer y que deberá pagar atado al Monte Cáucaso. Pero este acto satisface la generosidad de Prometeo, porque los hombres deben llegar a compartir el trono de los dioses.

Hay más magia en Grecia, imbricada en la mística de Orfeo y su Lira de Siete Cuerdas. La lira de siete cuerdas no es tan sólo un instrumento musical; es el hombre y sus siete vehículos, el hombre y sus siete componentes. Es el Hombre y su mágico "7" que aprende a tensar cada una de sus cuerdas a lo largo de su evolución. Aprende a producir sonido tras sonido, hasta que finalmente, en la Cúspide de su Ser, logra el Septenario, la Lira Mágica, la Belleza, el Sonido y el Color perfectos.

La magia de Grecia se transfunde a Roma; y así, como he sintetizado la magia griega con la palabra Belleza, sintetizaré la magia romana con otra palabra: "Virtud".

Virtud, de donde viene el término "viril", y para Roma, ser hombre no implicaba solamente llevar una toga; ser viril significaba fundamentalmente ser virtuoso, ser noble, ser limpio, ser dueño absoluto de cada uno de sus actos, responsable de cada uno de ellos. Por eso Roma plasmó su magia en el Templo de Vesta; en el Fuego que jamás debe de ser apagado; por eso Roma fundó su magia en la familia, en las vírgenes, en las madres, en esas matronas que eran la gloria del hogar, de su padre, de su esposo y de sus hijos, porque habían sabido mantener la pureza, la virtud. Porque habían sabido hacer que el Fuego no se apagase jamás.

También en América precolombina, a veces desconocida y poco profundizada, hubo magia y magos. Tanto es así que los primeros españoles que llegaron se sintieron atrapados y conquistados por lo que vieron, advirtiendo un extraño sentido y un profundo poder.

Su magia nos permite compararla con aquellas otras que hemos mencionado de Egipto, de Grecia, de Roma, de los Zoroastrianos y de China. Su magia les lleva a elevar pirámides, descubriendo una vez más el sentido oculto que existe entre el cuadrilátero que se apoya en la tierra, las caras triangulares que se elevan como llamas de fuego y la cúspide como vértice, el punto supremo de evolución.

También el Mundo Mediterráneo tuvo magia. ¡Cuántas veces habremos leído sobre los druidas y sus templos al aire libre! Los sacerdotes druidas no eran nada más que herederos y depositarios de una magia antigua, de aquella que plasmó los grandes dólmenes, las enhiestas piedras que nos siguen intrigando.

Y si pudiésemos hablar largamente de la Cábala, tendríamos más temas para la magia: la magia de las realizaciones del ser.

Si a las parábolas de Jesucristo nos refiriéramos, ¡cuánta magia no encontraríamos encerrada en ellas! Hay un maravilloso simbolismo oculto que se revela a los ojos del que las comprende y se esconde bajo la forma de un simple cuento para aquel que no puede penetrar más allá de la cáscara, pero no daña ni a unos ni a otros; cada cual recoge en ellas lo que puede y lo mejor para sí. ¿No hay acaso magia en aquello de Jesucristo y sus "discípulos-peces", esos peces que le siguen a lo largo del Río de la Vida, y que van a beber en sus Enseñanzas?
Magia, hoy

En esta síntesis he querido resaltar que siempre ha existido la magia y que tampoco nos falta magia a nosotros; sólo que nuestra "magia" es a veces superstición, y nunca mejor empleada la palabra. En latín, "superstición" quiere decir, más o menos, sobrevivir. Son aquellos conceptos que han logrado sobrevivir aunque no completos, no perfectos, y llegan a nosotros un tanto mutilados, cuando no mucho. Sin embargo, solemos tener actitudes "mágicas" y nos basamos en esas supersticiones para decir: ¡Cuidado, no pases debajo de una escalera!, ¡cuidado, no abras un paraguas dentro de la casa!, y tantísimas cosas más que nos vienen de nuestros padres y abuelos.

Quiero destacar también que la magia, según la entendieron todos los hombres y según la entiendo en particular no es antinatural, ni sobrenatural, sino que es totalmente natural. Y afirmamos esto puesto que no hay nada en la Naturaleza que sea antinatural, ni sobrenatural, dado que está en la Naturaleza. Lo que hay son cosas que conocemos mejor y cosas que conocemos peor; cosas que están al alcance de la mano y nos resultan naturales, y cosas que están más lejanas porque requieren tiempo y esfuerzo y, hoy por hoy, nos parecen sobrenaturales.

La magia es humana y está en el corazón de todos los hombres. Pero, como con otros muchos conceptos, hay que darles nueva vida, nuevo valor. ¿Cómo se les infunde vida? De la misma manera en que se infunde vida a un ser, se infunde vida a un concepto. Al concepto de magia, se le infunde vida otorgándole nuevamente, crédito. Volviendo a investigar, volviendo a estudiar, volviendo a ese pasado que no es un pasado ajeno, sino nuestro pasado, el pasado de la Humanidad.

Es probable que, como siempre han dicho los antiguos, existan muchos escalones, muchas formas de magia: desde la más sencilla, desde la más ínfima y simple, hasta la más compleja, aquella de conocer el Universo, sus Leyes, sus misteriosos porqués. Toda esta magia nos pertenece, está en nuestras manos el convertirnos en magos, en sabios; en una palabra, en seres humanos con conciencia.

Mayo de 1997


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