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El origen de la salud


Mª Dolores Villegas

?La medicina es mucho más un arte que una ciencia. Hay que entender los procesos de la vida, para poderlos manejar. Una voluntad poderosa puede curar donde una voluntad vacilante va al fracaso. El carácter del médico puede obrar en el paciente de un modo más eficaz que todas las drogas empleadas. Todo lo que crece en la naturaleza terrestre, puede aportarlo igualmente el poder de la creencia... El poder de la creencia puede igualmente producir cualquier enfermedad...? Paracelso

Al ser el hombre una unidad compuesta de soma, psique y nous, como enseñaban los griegos, o sea, de cuerpo, alma y espíritu, estos se interrelacionan e influyen como consecuencia unos en otros. Toda enfermedad nos transmite un mensaje sobre algo que falla en nosotros mismos o que no se utiliza correctamente. Aquí, como en todo, es tan malo el exceso como el defecto. Toda enfermedad es aviso de ?algo? que rompe el equilibrio y la armonía de la salud en el organismo.

La matriz de la salud
La salud es una armonía que todo lo gobierna, de un modo semejante a como la luna gobierna las mareas. El mayor de los esfuerzos exteriores no consigue realizar lo que nuestra energía central sabe hacer con facilidad, y con una gracia infalible y providencial. El bienestar nace de una matriz: el cuerpo-mente, reflejo de la armonía somática y psicológica. El sanador que reside en nuestro interior es la entidad más sabia y más compleja integrada de cuantas existen en el universo.

La salud holística no puede recetarse. Nace de una actitud. De la aceptación de las incertidumbres de la vida, de la voluntad de responsabilizarse de los propios hábitos, de la manera de percibir y manejar las tensiones, de unas relaciones humanas más satisfactorias, de la sensación de tener un objetivo en la vida.

Aunque no sabemos exactamente de qué forma, las creencias y las expectativas afectan a la salud. Y es que somos una unidad interrelacionada, donde mente, psique, energía y cuerpo se influyen mutuamente, porque aun siendo diferentes, son la expresión de un mismo ser, que necesita conseguir armonía entre sus partes para obtener una salud integral, en el largo proceso de búsqueda del equilibrio interior entre las partes que nos constituyen y el objetivo de nuestra existencia.

La ciencia médica se encuentra hoy insoslayablemente enfrentada al hecho del influjo inevitable y decisivo que ejercen las expectativas de los pacientes. El ?efecto placebo? abarca mucho más que las sustancias inactivas administradas a pacientes particularmente difíciles. La fama del doctor, del centro médico, del equipo hospitalario, el halo de un determinado tratamiento, cualquiera de estas cosas puede contribuir a la curación. Hay también un ?efecto nocebo?, lo contrario del placebo. Dos tercios de los sujetos a quienes en una experiencia de laboratorio se había administrado una sustancia inactiva diciéndoles que les produciría dolor de cabeza, tuvieron efectivamente dolor de cabeza.

El placebo activa una capacidad permanente de la mente. El alivio parece deberse a la liberación por el cerebro de un analgésico natural. Las creencias del médico o sanador pueden también influir en la eficacia del tratamiento. Rick Ingrasci, médico y cofundador de la red Interface en Boston, afirma que el efecto placebo representa una prueba espectacular de que toda curación es en esencia una autocuración.

Según nos demuestra nítidamente el efecto placebo, el cambio de nuestras expectativas y de nuestras convicciones fundamentales puede afectar profundamente a nuestra experiencia de la salud y del bienestar. La curación resulta directamente de percibirnos como una totalidad... al restablecerse nuestra sensación de estar en una relación equilibrada con el universo, a través de un cambio de mentalidad, de la transformación sufrida por nuestras actitudes, valores y creencias.

Por supuesto es mejor enseñar a la gente a cambiar la matriz de sus enfermedades, tensiones, conflictos, preocupaciones, que engañarlos con placebos.

El papel que juega en la curación la alteración de la conciencia puede que sea el descubrimiento más importante de la ciencia médica moderna. Más que un simple cambio físico, la clave de la salud podría residir en el estado mental. A ese estado se le han dado diversos nombres: ?reposo vigilante?, ?volición pasiva?, ?dejarse ir deliberado?. Las tensiones acumuladas parecen fundirse al calor de esta forma paradójica de atención, restableciendo el flujo natural en el remolino del cuerpo-mente.

No podemos esquivar el stress. Pero ¿es éste realmente el culpable? Tal vez sufrimos de enfermedades como un medio de intentar evitar el cambio. Nuestra vulnerabilidad frente al stress parece deberse más a la interpretación que hacemos de los acontecimientos que a su propia gravedad. El cuerpo entiende en sentido literal, y no puede distinguir entre una amenaza real y otra puramente imaginaria. Las preocupaciones y las expectativas negativas se traducen en enfermedades físicas, porque el cuerpo se siente en peligro, aunque la amenaza sólo exista en la imaginación. El stress a largo plazo se cobra su tributo debido a la falta de oportunidad para reponerse, en medio de la serie consecutiva de tensiones.

Los yoguis han aprendido a liberarse de esos niveles excesivos de actividad neurofisiológica autogeneradora de tensiones, por el simple procedimiento de tranquilizarse a sí mismos. La mayoría de nosotros sufre lo que llaman ?un ciclo destructivo acumulativo?. El secreto consiste en prestar atención, en revestir de atención la propia vida. Cuando se presta atención a la tensión en un estado relajado, ésta se transforma. La meditación, el biofeedback, las técnicas de relajación, correr, escuchar música, la visualización. Todas estas cosas pueden facilitar la puesta en marcha de la fase de recuperación corporal.
Negarse a reconocer las tensiones equivale a pagarlas por partida doble: no sólo no nos libramos de la alarma, sino que ésta se instala en nuestro cuerpo. Así lo demostró de forma evidente una experiencia de laboratorio. La amenaza de una dolorosa descarga eléctrica inminente produjo respuestas corporales sorprendentemente distintas en los sujetos, dependiendo de si habían decidido afrontarla, o bien evitar pensar en ella. Los que la afrontaban intentaban comprender la situación, dirigían su atención de forma activa al shock inminente y deseaban superarlo; pensaban en lo que estaba sucediendo en el laboratorio, o bien fijaban su atención en sus propios cuerpos. Por el contrario, quienes deseaban evitarla, echaban mano de un montón de estrategias para intentar distraerse. Trataban de pensar en cosas tranquilizadoras, fuera del laboratorio, o bien de dedicaban a fantasear. Quienes afrontan la descarga sienten que pueden hacer algo para aliviar la tensión de la situación, aunque no sea más que prepararse para ella. Quienes pretenden evitarla tienden a sentirse indefensos e intentan escapar negando la situación. En los primeros, la actividad muscular aumenta, lo que constituye una respuesta fisiológica. En los segundos, el ritmo cardiaco es notablemente más rápido, lo que indica que la tensión reprimida se ha remitido a un nivel más patológico.

La mente del cuerpo
El cerebro gobierna o influye indirectamente en todas las funciones corporales: presión sanguínea, ritmo cardiaco, respuesta inmunológica, hormonas, y todo lo demás. Sus mecanismos están entrelazados en un sistema de alarma, y dispone incluso de una especie de ?genio oscuro?, capaz de organizar los desórdenes correspondientes a la más neurótica de las imaginaciones.

El antiguo dicho ?ponle un nombre a tu veneno?, es aplicable a la semántica y a la simbología de la enfermedad. Un ?corazón roto? se convierte en una enfermedad coronaria; la necesidad de crecer puede convertirse en un tumor; la ambivalencia, en dolores que le ?parten? a uno la cabeza; la personalidad rígida en artritis.

Louis Pasteur reconoció que lo que causa las enfermedades no son tanto los gérmenes cuanto la resistencia del individuo invadido por ellos. Tampoco hay que subestimar el papel de la predisposición genética o de ciertas influencias exteriores, tales como el tabaco. La enfermedad o la salud se originan en un medio. El hecho de que un conflicto no resuelto se traduzca en enfermedad viene influido en parte por la vulnerabilidad genética, que nos inclina hacia desórdenes específicos.

La salud consiste en la capacidad del cuerpo para transformar y dar sentido a toda nueva información. Si somos flexibles, capaces de adaptarnos a un medio cambiante, podemos soportar un nivel de tensión elevado.

El cuerpo tiene su propia manera de conocer por medio del sistema inmunológico, paralela al modo de conocer del cerebro. De hecho este sistema esta ligado al cerebro. La ?mente? del sistema inmunológico posee una imagen dinámica del propio ser y tiene la tendencia a dotar de sentido a todas las influencias del medio, incluyendo virus y alergógenos. Si las rechaza o reacciona violentamente es porque ?no tienen sentido?, porque no pueden ser encuadradas en el orden del conjunto. Este sistema como está ligado al cerebro, es vulnerable a las tensiones psicológicas. Se ha demostrado que estados de tensión mental como la pena o la ansiedad alteran la capacidad del sistema inmunológico. También se ha demostrado que este sistema posee una memoria sumamente sutil. Hay enfermedades crónicas que perduran mucho tiempo después de haber desaparecido la causa originante de la tensión. Y es que el cuerpo ?se acuerda? de haber estado enfermo en presencia de esas señales.

La salud y la enfermedad no son cosas que nos suceden sin más. Son procesos activos, resultados de una armonía o una desarmonía interior, que se ven profundamente afectados por nuestros estados de conciencia y por nuestra capacidad o incapacidad de dejarnos fluir al compás de la propia experiencia. El reconocimiento de este hecho supone implícitamente una responsabilidad, pero también una fuente de oportunidades. Ya Sócrates afirmaba que no puede curarse el cuerpo sin tener en cuenta la mente.


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