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El Genio



Helena Petrovna Blavatsky

?¡Genio! ¡Tú, don del Cielo, tú luz divina!
En medio de qué peligros estás condenado a brillar.
Frecuentemente la debilidad del cuerpo refrenará tu fuerza,
frecuentemente ahogará tu vigor e impedirá tu curso;
y los nervios temblorosos te fuerzan a refrenar
tus más nobles esfuerzos de luchar con dolor;
¡O la miseria, triste huésped!...?
Crabbe

De entre los muchos problemas hasta ahora no resueltos en el Misterio de la Mente resalta de manera destacada la cuestión del Genio. ¿De dónde viene y qué es el genio, cuál es su raison d?être, cuáles las causas de su excesiva rareza? ¿Es de veras un ?don del Cielo??

Y si es así, ¿por qué tales dones para unos, siendo la torpeza intelectual o incluso la idiotez el hado de otros?

El considerar la aparición de hombres y mujeres de genio como un mero accidente, como un premio de la ciega suerte o dependiendo de causas exclusivamente físicas, es concebible sólo para un materialista.

Como certeramente dice un autor, sólo queda entonces esta alternativa: estar de acuerdo con el creyente en la existencia de un dios personal ?para referir la aparición de todo individuo singular a un acto especial de la voluntad divina y de la energía creadora?, o ?reconocer en toda la sucesión de tales individuos un gran acto de alguna voluntad, expresado en una eterna ley inviolable?.

El genio, como Coleridge lo definió, es desde luego, -según todos los indicios externos-, ?la facultad de crecimiento?; sin embargo para la intuición interna del hombre la cuestión es: si es el genio -una aptitud anormal de la mente- el que se desarrolla y crece, o es el cerebro físico, su vehículo, el que a través de algún proceso misterioso se hace más apto para recibir y manifestar desde dentro hacia el exterior la naturaleza innata y divina del alma superior del hombre.

Acaso los filósofos de la Antigüedad, en su sabiduría no sofisticada, estaban más cerca de la verdad que nuestros modernos sabiondos, cuando dotaron al hombre de una deidad tutelar, un Espíritu al que llamaban genius.
La substancia, por no decir la esencia -observa la diferencia, lector- de esa entidad y la presencia de ambas, se manifiesta según el organismo de la persona con la que se comunica. Como dice Shakespeare, lo que percibimos de la ?substancia? del genio de los grandes hombres ?no está aquí?:
?Porque lo que ves no es sino la parte más pequeña?

Pero si estuviera toda su figura aquí,
Sería de una altura tan espaciosa y encumbrada
Que tu techo no sería suficiente para contenerla??
Esto es precisamente lo que enseña la Filosofía Esotérica. La llama del genio no es encendida por ninguna mano antropomórfica, excepto la del propio Espíritu de uno. Es la naturaleza misma de la Entidad Espiritual, nuestro Ego (No confundir con el ?Ego? de la psicología moderna Nota del Editor), la que sigue tejiendo nuevas tramas de vidas en la tela de reencarnaciones sobre el telar del tiempo, desde los inicios hasta el final del gran Ciclo de Vida. Esta es la naturaleza que se impone, más fuerte que la de la personalidad en el hombre común; de modo que lo que llamamos ?manifestaciones de la genialidad? en una persona, son sólo los esfuerzos más o menos exitosos de ese Ego para hacerse valer en el plano exterior de su forma objetiva -el hombre de barro-, en la prosaica vida diaria de este último.

Los EGOS de un Newton, Esquilo o Shakespeare son de la misma esencia y
substancia que los de un palurdo, ignorante, loco o inclusive idiota; y la autoafirmación de sus genius informantes (espíritus tutelares) depende de la construcción fisiológica y material del hombre físico.

Ningún Ego difiere de otro en cuanto a su primordial u original esencia y naturaleza. Lo que hace de un mortal un gran hombre y de otro una persona vulgar y tonta es, según se dice, la calidad y naturaleza de su cascarón y envoltura física, y la capacidad o incapacidad del cerebro y del cuerpo de transmitir y dar expresión a la luz del hombre interno, real; y esta aptitud o inaptitud es, a su vez, resultante del Karma.

O, usando otro símil, el hombre físico es el instrumento musical y el Ego, el artista ejecutante. La potencialidad de la perfecta melodía del sonido está en el primero -el instrumento-, y ninguna habilidad del último puede despertar una armonía impecable en un instrumento roto o mal hecho. Esta armonía depende de la fidelidad de transmisión al plano objetivo, del inexpresado pensamiento divino que se encuentra en las mismas profundidades de la naturaleza subjetiva o interna del hombre, mediante palabra o acto. Siguiendo nuestro ejemplo, el hombre físico puede ser, un inapreciable Stradivarius, un violín barato y agrietado, o nuevamente una mediocridad entre ambos, en las manos de un Paganini que lo ?anima?.

Todas las naciones antiguas sabían esto.
Pero aunque todas tenían sus Misterios y Hierofantes, no a todos podía enseñarse por igual la gran doctrina metafísica; y mientras unos pocos elegidos, los que ya habían alcanzado el nivel evolutivo necesario para ?entender?, y eran concientes de ello, recibían tales verdades en su iniciación, a las masas sólo se les permitía acercarse a éstas con la mayor cautela, dentro de los límites -siempre lo más lejanos posible-.
?Del DIVINO TODO procedió Amun, la Divina Sabiduría? no la des a los indignos?, dice un Libro de Hermes. San Pablo, el ?sabio Maestro Constructor? (Un término absolutamente teúrgico, masónico y oculto. Usándolo, Pablo se declara a sí mismo como Iniciado, teniendo el derecho de iniciar a otros. Primera Epístola del Apóstol San Pablo a los Corintios III, 10), no hace más que imitar a Thot-Hermes cuando dice a los Corintios: ?Nosotros decimos la Sabiduría entre los que son perfectos (los iniciados)? hablamos sabiduría divina en MISTERIO, la Sabiduría Oculta?. (Ibídem II, 6-8).
Continuará?


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