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Dónde están los sueños de los jóvenes


HHay que preguntarse si realmente los grandes sueños de la juventud han muerto. Creemos que no, pero cuesta mucho encontrarlos. Nos inclinamos a pensar que los grandes sueños están, pero hay que saber encontrarlos. Son sueños que eliminarían poco a poco la angustia juvenil, pero que para ello necesitan convertirse en realidad.

No hay ningún joven que, en lo físico, no guste de la belleza. No hay tampoco ningún joven que rechace la armonía ni el buen gusto. Cuando se rechaza es como protesta y no porque no se ame lo estético, lo hermoso, lo agradable. La otra expresión es escupir en la cara a lo que no pueden tener. Todos los jóvenes aman la salud y gustan de sentirse fuertes, pero sin embargo se estropea la salud, se atenta contra el propio cuerpo y se le destroza, como rechazo por pensar que al fin y al cabo no hay nada que hacer. Los jóvenes pueden negarlo exteriormente, pero todos tienen en el fondo sentimientos puros y nobles. Nadie gusta de los sentimientos cambiantes, de lo que es hoy, pero no será mañana, de lo que nos mantiene siempre acongojados, angustiados e intranquilos. Todo joven sueña con la eternidad. Todo joven tiene en lugar privilegiado el concepto de Amor, aunque no lo quiera confesar. Todo joven sueña con cosas limpias, puras, brillantes y maravillosas, aunque no lo quiera reconocer. El joven quiere saber, pero eso es difícil, porque aveces hay que empezar por quitar velos, borrar la ignorancia y encender antorchas en medio de la oscuridad. A veces hay que destruir falsos conceptos y descubrir toda la belleza que hay en el Arte, con auténticos mensajes, y despejar esas otras farsas que aveces hay que aceptar porque es la moda hacerlo. ¿Quién no ha querido o quiere cambiar el mundo? ¿Quién no ha soñado con esa revolución constante que nos permita barrer con todo lo malo y con todas las injusticias?

Pero es bueno hacerse a la idea de que esa revolución ha de comenzar por uno mismo; aplicándose a sí mismo al trabajo, a la responsabilidad propia y a una sana ambición que sea una fuerza constante que nos lleve hacia delante. Pero una ambición que no rechace, sino que tome cada vez más en cuenta el respeto por los demás. No hay ningún joven que no sueñe con la felicidad. La felicidad existe y no es simplemente la satisfacción material, ni instintiva, sino algo más con lo que seguimos soñando sin saber exactamente dónde la vamos a encontrar. Decían los estoicos que la felicidad absoluta no se encuentra en esta tierra, pero que no obstante, día a día podemos encontrarla si aprendemos a buscarla con perseverancia, con paciencia, con discernimiento, sabiendo distinguir aquello que nos conviene y aquello otro que no nos conviene. No hay tampoco ningún joven que no sueñe con la libertad, con esa posibilidad de volar, porque libertad para el joven no es hacer cualquier cosa, sino saber qué es lo que se quiere hacer, y a dónde se quiere llegar con lo que se está haciendo. No hay ningún joven que no sueñe con esa libertad interior para la que no existen barreras, para la que ni siquiera existe la muerte. La gran pregunta que ahora nos hacemos es si todavía existen jóvenes. ¿Los hay? ¿O es que estamos condenados, a ver simplemente niños con cara de adultos? ¿No produce cada vez más susto observar en nuestros pequeños una mirada demasiado profunda para sus años, o una seriedad que incluye el reproche, desde los primeros momentos de su vida? También tenemos adultos vestidos de adolescentes que no han podido superar la angustia juvenil. Hay que salir de esta dualidad perpetua en que vive -sobre todo- el joven, que debe responder por igual a las funciones de su animal instintivo y a sus sueños más sublimes, consciente por un lado de que es capaz de realizar proezas análogas a las de los grandes libros, y por otro de que puede ser también una bestia que se arrastra por el suelo. Hay que acabar con esa lucha. Pero para acabar con una lucha, no hay más remedio que luchar. Cuando en las viejas civilizaciones a los jóvenes se les sometía a pruebas antes de aceptarlos como adultos en la sociedad, no se obraba de cualquier manera, ni se obraba tampoco para cumplir con determinados ritos mágicos sin ningún significado, sino que se les probaba de forma muy especial. Era la prueba del «atrévete», «decídete»; era el momento de la batalla, de la elección, de poner en juego el discernimiento. «Atrévete y es seguro que saldrás victorioso». Hay que recordar también que se es joven, eternamente joven y sin angustias, cuando con sueños y con fuerza para arrastrar los sueños, se aprende a caminar con una Antorcha, una vieja y conocida Antorcha que los hombres de antes y los de hoy y los de siempre, llamaremos Esperanza, Esperanza juvenil.


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