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Dharma y Karma


Dharma y Karma

Cuando se siembran semillas de almendro se esperan, al cabo de unos meses, árboles leñosos con flores blancas o sonrosadas que den buenas almendras. A su vez, de las secas almendras se elaboran tortas y pasteles que han de ser alimento en el crudo invierno. Cuando se siembran semillas de maíz se espera recoger, al cabo de unos meses, altos y verdes maizales con mazorcas amarillas de rojizos penachos... El mundo, según como se mire, parece simple.

Hay una multitud de procesos que desencadenan siempre similares resultados. Tal es lo que siembra, tal es lo que recoge , y ello no nos sorprende, porque es una vieja ley natural, cotidiana pero asombrosa. Algún día triste y solitario se van los seres que queremos, tal vez por la misma vereda que vinieron, y solemos decir: es ley de vida. Si, la vida tiene definitivamente leyes invisibles y certeras.

El Dharma En la Antigüedad clásica se concebía que estamos regidos por una Ley Total, al la que los hindúes llamaban Dharma. Una ley que hace que la araña sepa cómo se tejen y disponen sus radiales telas, que la dota de instintos que tienden a protegerla y a alimentarla. Una ley que hace parecer inofensivos a los cachorros de las fieras. Una ley que marca el rumbo de los planetas y, por lo tanto, la secuencia de las estaciones... Una ley total porque abarca las diversas esferas de la vida: la materia física, los objetos aparentemente inertes y los cuerpos; la energía que la recorre, ya sea eléctrica, magnética, lumínica, calórica, y las subleyes físicas que las regulan y reúnen: las sensaciones, los instintos, las pasiones y las emociones, que desatan móviles y pujantes fuerzas psíquicas: los pensamientos concretos, especuladores y egoístamente interesados; las más elevadas ideas de fraternidad y dación; los más altos grados de bondad y profundidad mística y la más honda voluntad de Ser. Para esta concepción clásica todo el Universo evoluciona hacia algún lugar, está caminando y tiene un sentido. Esta ley es, pues, una guía, un rumbo que lleva a la Naturaleza hacia su propia , que nos lleva de la mano pero no nos determina ni nos obliga.

Las aves emigran según rumbos trazados por ellas previamente, pero una vez asentados en su conciencia grupal les impele a ser seguidos; circunstancias adversas les obligarán a alterar su camino pero no su conducta, que siempre les ha de llevar a buscar tierras cálidas. Así, para los animales, conductas predeterminadas por las leyes naturales, auque les dejan libertad suficiente, desempeñan el papel que en el hombre ejerce una voluntad decidida. Según el propio grado de evolución se tiene más o menos libertad de criterio.

Asimismo, el Dharma lleva a una gradual de unos seres respecto a otros, pues cada cual tiene un camino, un sendero de vida o shadana -como dirían los hindúes-, que al seguir lo conscientemente se hace fácil, ligero, agradable, como cuando un tronco viaja por el centro de un río sin tropiezos.

El hombre, en cambio, que más que un tronco es un chalupa, puede ir en contra de la corriente natural de la vida, remontarla, detenerse en las riberas, dejar pasar de largo su propia evolución, y hasta perder su tiempo vital, que indefectiblemente se le ha de escurrir de los dedos, sin poder retenerlo, porque los ríos al fin y al cabo siempre buscan el mar.

Pero... ¿dónde nos conduce este río de la Vida? El hombre puede ir contra la evolución que marca la Naturaleza, y, por ejemplo, querer aparecer como adulto siendo adolescente, o joven siendo ya un anciano, pero la ley natural lo empujará a su realidad.

Otras veces, en cambio, puede encontrar su propia evolución cuando se enfrenta a los convencionalismos, cuando no se deja llevar por la masa, por lo establecido, cuando toma conciencia de sí mismo y se individualiza. En ese momento ha hallado su propia corriente, aquella que pone en juego todas sus capacidades de acción, de amor y de voluntad.

El gran río de la vida no está para empujarnos inconscientemente, sino para llevarnos hacia la raíz de nosotros mismos, y nuestra evolución individual generalmente no daña la evolución colectiva, sino que la potencia. El gran río de la Vida pasa a través de nosotros y va hacia los demás. El propio conocimiento al enfrentarnos con la vida nos libera, y la Sabiduría es el estado final al cual tendremos gravitatoriamente, lugar en que nuestra vida se hace Ley aplicada.

El Karma Según esta concepción profunda, expresada a través de la existencia de una Ley Total o Dharma, cada cual elige lo que desea vivir, y ejerce de hombre o de copia de hombre. Según la mentalidad occidental, que tan acostumbrados nos tiene a la inconsciencia de nuestros actos, pareciera que los resultados o los efectos que provocan éstos nada tuvieran que ver con nosotros, pero la filosofía hindú nos recuerda que toda acción tiene aparejada su reacción, su efecto.

Cuando, por ejemplo, se exterminan los bosques y las diversas especies, y se altera la atmósfera con la contaminación, el cambio climático es un efecto inevitable.

Y este cambio en el clima provocará inundaciones, tormentas impetuosas, olas de calor y frío desmedidas, pues es ley que todo efecto es a su vez un nueva situación creada, un nueva acción que nos lleva a nuevos efectos secundarios. La palabra hindú Karma, significa , porque ambas van íntimamente unidas. Las reacciones son los efectos lógicos unidos solidariamente a nuestros actos. Así, para esta concepción, la casualidad no existe.

En palabras antiguas: sembrad y recibiréis, pues tal como se siembra se recoge; si se siembran vientos se recogen tempestades, si se siembran semillas de maíz se recogen mazorcas amarillas y no amapolas. Cuando doblamos una rama inconscientemente ésta nos golpea en la frente, y cuando tenemos tiempo útil y lo desperdiciamos, al querer recuperarlo visitas o llamadas inesperadas nos interrumpen.

Cuando odiamos o amamos a alguien, independientemente de las ondas psíquicas que le lleguen a esa persona, nuestra capacidad de sentimiento se obtura temporalmente o se amplifica y nos sentimos expansivos. La Ley del
Karma es la misma ley de acción y reacción que los occidentales asumimos para los fenómenos de la Física: a toda fuerza se le opone una reacción de igual fuerza y sentido contrario. Pero los hindúes amplían su visión y nos indican que afecta a todos los niveles concienciales de la Naturaleza, ya sea el físico, el energético, el emocional o el mental.

Según la visión del Karma, nuestra acciones y su efectos, que a su vez son acciones que provocan interminables efectos, conforman un camino nuevo, un rumbo de vida que nosotros mismos decidimos. Podemos decantarnos por una vida cómoda, disoluta, donde lo que prima es el bienestar a costa de lo que sea, o bien elegir un camino algo más áspero, pero gratificante en lo humano, en que vivimos no sólo para nosotros sino también para los demás.

El hombre elige libremente, y al elegir se muestra a sí mismo como ser pensante, pero elige también los futuros resultados de su acción. El hombre es, por lo tanto, quien traza su propio camino. Es, lo asuma o lo ignore, y aun en el error puede rectificarlo a través de la siembra de nuevos actos. Para ver lo que nos depara el futuro merece la pena detenerse y observarse a sí mismo.

El Karma tan sólo nos da, en prueba de justicia cósmica, lo que nos merecemos; no es un castigo, sino un posibilidad, observando lo que nos acontece, de entender en que nos equivocamos, qué acciones nuevas debemos emprender.

Quien pierde un trabajo, y se hunde en lamentos y en una actitud pesimista, en lugar de salir a buscarlo todas las horas útiles del día, define la dirección de su destino. Quien cree en su propio destino y lo persigue, tarde o temprano lo conquista, encuentra la flor que surge de su confianza y de su esfuerzo, es decir, de sus actos. El bien no es más, entonces, que un suma de actos de bien, y nuestro mal no es otra cosa que la oscuridad momentánea de quien no halla su propio rumbo.


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