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Avances tecnológicos en la antigüedad


Juan Prades


Los logros de la Ciencia moderna son extraordinarios, pero con nuestra civilización de naves espaciales, rascacielos y ordenadores, nos sentimos propensos a minimizar las realizaciones científicas de la antigüedad.

La gente de épocas primitivas tenía ya muchos de los problemas con que nos enfrentamos hoy, y en ocasiones los resolvían casi del mismo modo. Por ejemplo, los antiguos romanos cambiaban, en algunas calles importantes, la dirección del tráfico durante las horas punta. La ciudad de Pompeya se servía de gesticulantes policías de tráfico para solucionar el problema de la congestión. Rótulos indicadores de las calles se utilizaban ya en Babilonia hace más de 2.500 años, con algunos nombres curiosos, tales como, por ejemplo, la “Calle que ningún enemigo puede pisar”. En Nínive, la capital de Asiria, aparecía la siguiente “Prohibición de aparcamiento: Carretera real-Prohibido obstruirla”.

Herón, un ingeniero de Alejandría, construyó una máquina de vapor que utilizaba tanto los principios de la turbina como los de la propulsión a chorro. De no haber sido por los repetidos incendios de la Biblioteca de Alejandría, podríamos haber conocido la historia del carro de vapor existente en Egipto. Al menos sabemos que Herón inventó una especie de cuentakilómetros que registraba la distancia recorrida por un vehículo.

La excavaciones de Mohenjo Daro, Harapa y Kalibanga en Pakistán e India han puesto de manifiesto el sorprendente hecho de que hace 4.500 años existió un sistema de planificación ciudadana. Las calles de estas antiguas ciudades eran rectas, y los bloques rectangulares. Se descubrió también un suministro de agua y un sistema de desagüe muy bien organizados.

Los ladrillos con que se construían estas ciudades estaban cocidos al fuego. Debido a su solidez fueron utilizados por los británicos en la construcción del lecho del ferrocarril en la línea Karachi-Lahore, hace más de cien años. Es notable asimismo el hecho de que estos ladrillos se manufacturan todavía en la actualidad en el área de Mohenjo Daro, de acuerdo con los prototipos procedentes de las ruinas. Esto demuestra que la tecnología había alcanzado una cúspide en el distante e insospechado pasado de la India y que, por alguna razón, no progresó ulteriormente. A partir de entonces, todo se redujo a una imitación de las viejas técnicas.

En el antiguo Egipto, el nivel de calidad de la joyería, al igual que el de la arquitectura, fue superior en los períodos primitivos. Los anillos, collares, pendientes, diademas y coronas de la V-XII Dinastía exhibidos en el Museo de El Cairo y en el Museo Metropolitano de Nueva York, tienen un acabado más perfecto y son más hermosos que los de las Dinastías posteriores. Y entre las pirámides de Egipto, las primeras estructuras son superiores en cuanto a la calidad de su ejecución. La curva del progreso inició un notorio descenso en Egipto alrededor del año 1600 a.C.

Por extraño que parezca, los estratos inferiores de Mohenjo Daro muestran instrumentos de una calidad superior y una joyería más refinada que los de las capas superiores.

Las modernas compañías italianas de navegación deben de haber obtenido la idea de los lujosos buques de línea de los antiguos romanos: dos naves romanas, halladas en la década de 1920 en el fondo del lago Nemi en Italia, fueron restauradas entre los años 1927 y 1932. Los buques eran grandes y amplios, con cuatro líneas de remeros. Estaba prevista la acomodación de 120 pasajeros en 30 camarotes, con cuatro literas en cada uno, y adecuados departamentos para el equipaje. Los barcos estaban ricamente decorados: suelos de mosaico, que describían escenas de “La Ilíada”, paredes hechas con paneles de ciprés y pinturas que adornaban la sala de estar y la biblioteca. Un reloj de sol en el techo indicaba la hora, y se cree que una pequeña orquesta entretenía a los pasajeros en el salón.

A popa había un gran restaurante, con su correspondiente cocina. Los pasajeros disfrutaban de pan recién cocido para los desayunos y las minutas de las comidas podían compararse, en cuanto a exuberancia, con la decoración del comedor. Algunos hallazgos son sorprendentes: cacerolas de cobre que proporcionaban agua caliente para los baños y lampistería absolutamente moderna, especialmente las cañerías y los grifos de bronce. ¡Siglos después, Colón y Magallanes no habrían siquiera soñado con tales barcos!
Aunque los adminículos sanitarios de porcelana no constituyen necesariamente una prueba de elevada cultura, demuestran la presencia de una tecnología y un estado sanitario desarrollados. Hace sólo 200 años brillaban por su absoluta ausencia. No obstante, 4.000 años atrás eran corrientes en la ciudad de Cnosos, en Creta, los baños privados, con un sistema central de desagüe y cañerías de cerámica.

Las habitaciones del palacio de Minos estaban ventiladas por chimeneas de aire. Con sus habitaciones acondicionadas y sus excelentes baños y servicios, el palacio no era sólo “moderno” sino tan grande como el palacio de Buckingham.
En Chan Chan, la capital del Imperio Chimú, en América del Sur, que floreció entre los siglos XI-XV, se han descubierto cañerías para el agua caliente y fría en baños decorados con tonos azulados. Esa realización tecnológica no existía en Europa en tiempos de Ricardo Corazón de León o Juana de Arco.
Las pinturas de la Cueva de Ajanta, cerca de Bombay, son admiradas por los turistas. Mucho se ha escrito acerca de la excelencia de estos trabajos artísticos, pero poco se ha revelado acerca de las pinturas luminosas utilizadas en estos murales. En una de las catacumbas del siglo VI existe una pintura que muestra un grupo de mujeres portadoras de presentes. Cuando la luz eléctrica está encendida, la hermosa pintura carece de perspectiva. Pero cuando el guía apaga las luces, las figuras de la pared parecen volverse tridimensionales, como si estuvieran hechas en mármol. Este fantástico efecto fue obtenido por el antiguo artista gracias al inteligente empleo de pinturas luminosas, cuyo secreto se ha perdido para siempre.

En la ciudad de Ahmedabad, Gujerat, existen dos minaretes del siglo XI ante los cuales se yergue un arco con una lacónica inscripción: “Torres balanceantes. Secreto desconocido”. La altura de los minaretes es de 25 metros, y la distancia entre ellos de 8. Mientras un grupo de visitantes llega a la cima de una torre, el guía desciende hasta el balcón de la otra, se agarra a la barandilla y empieza a balancear su minarete. Inmediatamente la otra torre comienza a oscilar, con la consiguiente diversión o alarma de los visitantes. Estos notables efectos demuestran que las raíces de la Ciencia se hunden profundamente en el pasado.

Una de las siete maravillas del mundo fue el faro de Alejandría, de 135 metros de altura, situado en la isla de Pharos y construido en mármol blanco. La torre tenía un espejo móvil que, durante la noche, proyectaba su luz de forma que podía ser vista desde una distancia de 400 kilómetros. El faro existió desde el año 250 a.C. hasta el 1326 de nuestra Era, en que un terremoto lo destruyó.
Muchas de estas realizaciones de los pueblos de la Antigüedad no fueron superadas en siglos posteriores. En la Edad Media la Humanidad experimentó una regresión en cuanto a progreso científico, y sólo durante los últimos 300 años empezó la ciencia a recobrarse de nuevo.

“La Tierra es redonda y gira alrededor del Sol”, decía Anaximandro (610-547 a.C.). “La Tierra es un globo”, enseñaba Pitágoras a sus discípulos, en Crotona, en el siglo VI antes de nuestra Era.
Aristarco de Samos (310-230 a.C.) afirmaba que la Tierra se desplaza en una órbita alrededor del Sol, girando al mismo tiempo sobre su eje. Añadía que todos los planetas se movían alrededor del Sol.

El “Rig Veda”, libro sagrado de la India, contiene un curioso pasaje que se refiere a las “tres Tierras” (una dentro de la otra): “La Tierra posee tres gruesas zonas: el núcleo interno, el núcleo externo y el manto, además de una corteza muy delgada”. Sólo gracias al progreso científico y a la perfección de nuestros instrumentos hemos podido descubrir la veracidad del “Rig Veda”.
Es evidente que debemos mucho más a nuestros predecesores de lo que nos damos cuenta. Aquellos a los que solemos denominar un tanto despectivamente como “antiguos” poseían tantas nociones científicas como tenemos hoy. Los instrumentos técnicos del hombre de la Antigüedad han sido considerablemente subestimados.

Tenemos una deuda con aquellos misteriosos portadores de la antorcha de la civilización, en esa Edad de Oro en la que los “milagros” de la ciencia eran acaso tan corrientes como son en la actualidad.

Estas y otras cuestiones nos llevan a plantearnos asimismo que acaso el origen de la civilización sea más antiguo de lo que suponemos.


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