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Mujeres de Al-Andalus


Al-Andalus es un espacio y a la vez un tiempo. Un tiempo-espacio privilegiados donde se encontraron los ricos legados que el pasado había ido dejando en una tierra dispuesta a recibir a los pueblos distantes y dejarse conquistar por ellos, dándoles a cambio su propia riqueza, a través de las diversas maneras de concebir la vida. A lo largo de los siglos y de las vicisitudes que planteó la historia, el espacio andalusí se fue modificando: como hacen los mundos, primero, con el impulso de los inicios se fue ampliando, para luego volverse hacia sí mismo, en un proceso imparable de decadencia y debilidad, apenas frenado por la intervención de personajes singulares.


A medida que al-Andalus dejaba de ser en la historia y otras formas políticas y culturales entraban en acción, se dejaba absorber a la vez por el olvido y por el mito de un paraíso irremediablemente perdido. Es decir, que se fueron olvidando sus importantes aportaciones al proceso civilizatorio de Occidente y al mismo tiempo iba quedando en la memoria la difusa impresión de que en al-Andalus habían acaecido sucesos singulares por la hermosura de sus realizaciones y lo irrepetible de sus circunstancias. No volvió a vivir el Islam un esplendor como el logrado en al-Andalus, tal era la huella que había dejado en la memoria colectiva el final de la civilización andalusí.

Aquel mundo que la investigación histórica ha ido reconstruyendo pacientemente había dejado de interesar desde hacía mucho tiempo, y se había reducido su imagen al estereotipo de los invasores que habían sido expulsados triunfalmente de nuestro territorio. Se cortaron los vínculos que nos habían unido a esa parte tan sustancial de nuestro pasado, ya que la historia la escriben siempre los vencedores. Fuera de los ámbitos de los especialistas, poco ha llegado al gran público de la fecunda historia de al-Andalus y la mayoría de sus grandes actores permanecen completamente desconocidos, como si no pertenecieran al legado que ha ido elaborando nuestras formas de construir el mundo.

Desde las brumas de ese olvido sobresalen figuras que componen el variado panorama de aquella sociedad, de aquel mundo, como aspectos destacados inevitablemente de un caldo de cultivo, de una base social que les dio sustento y justificación.

La reactualización del protagonismo del Islam en determinados países y conflictos parece sustentar el nuevo interés que despiertan ciertas realidades que se produjeron en al-Andalus. Pero ese interés contiene el sesgo de la imagen deformada y muchas veces reducida por los prejuicios, con la cual tiene que luchar en Occidente todo aquel que se plantee un acercamiento al mundo islámico, en su conjunto. El complejo de superioridad de Occidente no ha podido curarse todavía, a pesar de la larga historia de sus crisis y la impotencia que ha manifestado para cicatrizar sus propias heridas, lo cual no le impide erigirse en juez y dictaminar sobre la pureza de intenciones de otros pueblos y otras formas culturales.

Sin embargo, aquellos momentos señalados en la historia, en los cuales Oriente y Occidente lograron abrir puentes de complementariedad fueron precisamente los que se nos aparecen como gloriosos y brillantes, aunque cortos y escasos. Al-Andalus fue seguramente uno de aquellos momentos y de ahí su poder de fascinación, a pesar del desconocimiento que impera sobre los datos objetivos que afectan a su devenir histórico y a los rasgos que delimitan el perfil de su acervo cultural.

La situación de la mujer en el mundo islámico es uno de los temas más controvertidos y analizados en los últimos quince años. La causa se encuentra sin duda en las medidas fuertemente represoras que algunos países ponen en vigencia, merced a las interpretaciones que del Corán y los Hadits hacen las autoridades de unos países donde las decisiones políticas y religiosas se encuentran indisolublemente unidas.

La mujer aparece como la gran perdedora, una vez más, en el juego de la vida social, la gran víctima de las medidas que controlan los espacios y los poderes. Una y otra vez ve desaparecer sus posibilidades de seguir avanzando en una vía que le facilite el acceso a su propio papel y a ser ella misma, sin subordinaciones ni concesiones. Si el esfuerzo que, todavía hoy y después de todas las revoluciones y transformaciones, tiene que hacer la mujer en Occidente para que su condición femenina no sea una circunstancia condicionante para su quehacer en la vida social es enorme, se nos aparece como titánico y a veces heroico el que debe de aplicar la mujer en los países islámicos en general, sin más matizaciones.

No es extraño entonces que cualquier testimonio que nos aporte la historia sobre la forma positiva en que se ha resuelto el eterno dilema del papel de la mujer sea bienvenido y a veces mitificado. Tal ha sucedido con el caso de al-Andalus y la forma en que en ese espacio-tiempo casi mítico, se logró que la mujer adquiriese un protagonismo y una influencia, insólitos en aquellos siglos oscuros de la Edad Media y en aquel mundo islámico, tan condicionado por una manera de ver el mundo que interpreta el papel de la mujer como secundario y siempre supeditado al hombre.

Para algunos historiadores, la mujer al-Andalus gozaba de una libertad y una capacidad de acción casi iguales, sin precedentes y sin posible parangón en el resto de Europa. Estudios más desapasionados y menos influidos por el mito del paraíso perdido han podido determinar que tal estimación es en sí por lo menos, exagerada. El conocimiento del papel que jugó la mujer en al-Andalus se encuentra limitado por la falta de datos sobre aspectos socioeconómicos y de vida cotidiana y a la vez no se debe contemplar como un todo homogéneo, dado que existen importantes matices que diferencian, por ejemplo, el ámbito rural, el urbano, la mujer árabe o la mujer beréber, la de la clase superior o la del vulgo.

Como ha dicho Santillana, "desde el punto de vista religioso y ético, la mujer musulmana es igual que el hombre; tiene los mismos deberes morales y religiosos; en la vida futura, al hombre y a la mujer le esperan los mismos castigos y las mismas recompensas ( .. ) Pero si en el terreno religioso y moral musulmán la mujer es igual que el hombre, en el terreno civil, es decir político y jurídico, se la considera bastante inferior, tal y como señaló lbn faldum". A la vista está que las interpretaciones de los mandatos coránicos han ido recibiendo el sesgo que se les ha ido dando, inclinando la balanza la mayor parte de las veces en contra de esa consagrada igualdad entre el hombre y la mujer.

En el plano social y de la comunidad, más allá de las declaraciones de principios o de las normas dictadas, destaca un hecho que quizá explique muchos de los factores que afectan a las actuaciones femeninas en la historia de al-Andalus, aunque no con carácter exclusivo: en la concepción del mundo propia del Islam, no sólo hay una separación controlada entre el mundo femenino y el mundo masculino, sino que, previamente, existen esos dos mundos separados, con sus especificidades, sus territorios acotados, sus rituales y reglas internas de funcionamiento.

Más allá de los criterios de igualdad o superioridad que prevalezcan, a través de las interpretaciones de las escuelas jurídicas, el hecho cierto es que se concibe la existencia de un universo exclusivamente femenino, en el cual la mujer, en tanto que tal, desarrolla unas cualidades que le son propias, para las cuales está especialmente dotada y que realiza más eficazmente que el hombre. Ese mundo femenino ha sido y es en el Islam, el caldo de cultivo del que surgen las obras y las protagonistas, a veces como una manera organizada de elaborar las respuestas que la sociedad masculina requiere de las mujeres, a veces como ámbito de actuación de las mujeres mismas. Ninguna cultura como la islámica ha dedicado tanta atención a la mujer ni ha puesto tan de relieve su presencia en el complejo tejido de las relaciones sociales.

No hay que considerar que el mundo femenino islámico se encuentre como encapsulado del conjunto social, sino que es receptivo y refleja los parámetros vigentes, respondiendo a su vez con sus propias creaciones específicas De ahí que cuando citamos esos nombres femeninos singulares que destacaron en determinados campos, no debemos considerarlos aisladamente del universo exclusivo en que aparecieron, ni de su interrelación con el mundo masculino propiamente dicho, más o menos dispuesto a reconocer la significación de las obras de las mujeres.

Historiadores árabes, como lbn al-Abbar y al-Marrakusi en sus diccionarios biográficos, nos han dejado relaciones de nombres de personajes que estuvieron vinculados con algún aspecto del conocimiento, tanto por lo que se refiere a las ciencias religiosas como a las profanas. Hay también relaciones biográficas dedicadas a recoger ese protagonismo femenino en el mundo de la cultura, tales como la de Maslama b. al-Gasim y Abu Dawud al-Muqri. Dichas relaciones incluyen ciento dieciséis nombres de mujeres que "hicieron algo" en alguna de las ramas del saber: poetisas, lexicógrafas, copistas, gramáticas, ascéticas, juristas, matemáticas, médicas y astrónomas. De todas ellas, el grupo más numeroso es el de las que se dedicaron a la poesía (unas cuarenta). Las noticias que se nos dan de estas mujeres son muy limitadas y en ocasiones meramente testimoniales. Sin embargo, podemos considerar como significativo el hecho de que haya existido un empeño en reflejar las obras de estas mujeres por parte de los autores masculinos de las biografías, lo cual se justifica en una sociedad que, por lo menos, valora la presencia femenina en determinados ámbitos culturales, además de su efectiva participación. Tampoco hay que hacerse demasiadas ilusiones sobre dicha significación, pues tras el análisis de las referidas reacciones biográficas se desprende que adquirieron ese protagonismo ante la falta de hermanos varones, o siempre al amparo de padres ilustrados, y desarrollaron su actividad mayoritariamente en los círculos familiares o específicamente femeninos.

Si tenemos en cuenta el corto alcance de las conquistas femeninas en los ámbitos de la vida cultural, todavía hoy en nuestras sociedades contemporáneas, la presencia de estas mujeres en la historia de la cultura andalusí resulta especialmente significativa, más aún dentro del contexto con que enmarcamos a la sociedad musulmana medieval y sus correspondientes estereotipos, muchas veces dictados por realidades más cercanas en el tiempo y pertenecientes a ciertos países islámicos.

El caso de las poetisas de al-Andalus merece una consideración aparte, por lo que representa de aportación de las mujeres a la cultura andalusí y a la vez por resultar significativo, como florecimiento de un mundo femenino particular y vuelto sobre sí mismo. De las 116 mujeres recogidas por la profesora Mª Luisa Avih, cuarenta y cuatro cultivaron la poesía, en mayor o menor medida, con mayor o menor dedicación, dentro o fuera de un contexto de cultura literaria global. Se trata de una proporción ciertamente alta, que viene a confirmar la tradición musulmana que asigna a la mujer cualidades especiales para la práctica de la música y la poesía. En efecto, son las artes a las que más debe su esplendor la civilización islámica en general y la cultura andalusí en particular. De la mayoría apenas sí contamos con unas pocas líneas, que han quedado como testimonio de su quehacer literario. Otras han pasado a formar parte de la imagen ampliada de unas mujeres que dejaron huella en la vida cultural andalusí y sirven de referencia casi obligada, y no solamente en un contexto exclusivamente femenino, sino general.

Nació en Córdoba el año 994 y era hija del califa al-Mustakfi. Su posición privilegiada en lo social le da un carácter excepcional, aunque la personalidad de Wallada hubiese destacado de todos modos. Como apenas se conservan nueve poemas suyos, de los cuales cinco son satíricos, se ha visto rodeada de una cierta fama de atrevida y mordaz. Además algunas alusiones un poco subidas de tono, en sus versos, seguramente unidas a las represalias de sus enemigos, motivaron que pasara a la historia como inmoral y libertina, a lo cual contribuye el hecho de que no se casó nunca, y se le conocieron varios amantes. En las referencias biográficas, aunque un tanto tendenciosas, que existen sobre ella, y también por los versos de su amado, el poeta lbn Zaydun, podemos percibir una Wallada sensible y refinada, que reunía a literatos y pensadores de la Córdoba califal, con el espíritu que, varios siglos más tarde, se dio en los salones parisinos de los siglos XVII y XVIII.

Como si se tratase de una divisa, que proclamaba su independencia y sentido de libertad, llevaba estos versos suyos bordados en su túnica:

"Estoy hecha por Dios para la gloria, y camino orgullosa por mí propio camino. Doy poder a mi amante sobre mi mesilla y mis besos ofrezco a quien los desea".

Dos siglos más tarde, en Granada floreció Hafsa al-Rukkunyya, famosa por la elegancia de sus versos, y por haber protagonizado una doble historia de amor, con el poeta Abu Yaffar y con el gobernador almohade de la ciudad. Estos apasionados romances simultáneos inspiraron ingeniosos cruces de poemas, donde se asoman románticas alusiones a los celos, el secreto de los encuentros, e incluso el temor, porque uno de los dos amados de Hafsa tenía derecho de vida y de muerte sobre todos sus súbditos y la vida de Abu Yaffar corría peligro, cosa que efectivamente acabó confirmándose en un trágico destino.

La última parte de la vida de la poetisa estuvo dedicada a la enseñanza, en Marraquech, capital del imperio almohade, donde fundó una escuela en que aprendían las mujeres del harén las artes de la caligrafía y la poesía, en la corte del califa al-Mansur.

La evocación de sus amores parece reflejarse en este poema, con románticas metáforas, que tituló Relámpago:

"Preguntad al relámpago tremolante, mientras la noche está en calma, cómo es que me produce debilidad, al recordar a mis amados. Su efecto ha sacudido en mi corazón un pálpito y la abundante lluvia de su nube, me hizo llover el párpado".

La imagen de la poetisa andalusí, de corte, ilustrada, que personifica Wallada tiene su contraparte en esta granadina que vivió en el siglo XI o XII y se hizo famosa por su ingenio y su habilidad con la sátira. Nazhun merecióun elogio muy significativo por parte de sus contemporáneos, pues lbn Said, a quien debemos otras referencias de mujeres escritoras, dijo de ella que "sus poemas a veces eran superiores a los de los hombres".

La habilidad de los poetas en Al-Andalus se ponía a prueba en una costumbre que practicaban los amantes de los juegos metafóricos y el ingenio condensado en unos pocos versos. Consistía en comenzar un poema y lanzar el reto a alguien para que lo continuase. Existen numerosas anécdotas en ese sentido y de cómo tanto hombres como mujeres cultivadores de la poesía alcanzaron la fama y el prestigio por haber sabido aprovechar la oportunidad que les brindaba el destino de lucirse ante algún notable o gobernante con su pericia versificadora. Tal le sucedió precisamente a la granadina Zazhun, que supo demostrar su espontaneidad ante el gran poeta al-Kutandi, cuando éste visitó al poeta ciego al-Majzumi, que estaba dando lecciones a la poetisa. Al-Kutandi propuso al ciego que continuase este verso: "Si tú vieras a quien hablas ... " Como al-Majzumi titubease y no acertase a encontrar las palabras adecuadas, Nazhun se le adelantó y siguió así el poema:

"Mudo quedarías del fulgor de sus alhajas. Brota la luna, en su cuerpo, por doquier y, en su ropaje, la rama juega".

Un verso dicho a tiempo y en un rasgo de espontánea inspiración fue el que le valió a la lavandera Rumaikyya el amor del rey de Sevilla, al-Mutamid, cuando supo acabar el poema que había iniciado el rey poeta, mientras paseaba junto a sus cortesanos, por la ribera del Guadalquivir. Al menos así lo quiso la tradición y la leyenda, consagrando una escena que resume el refinamiento culto de los tiempos dorados de al-Andalus.

Mª Dolores F.-Fígares


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